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lunes, 27 de abril de 2020

El universo de los ordenadores




   Capítulo X del  Desafío Americano  Jean Jacques Servan Schrisber



      

En la Casa Blanca existe un asesor especial para estudiar las nuevas posibilidades que brindarán los ordenadores en materia de información y de comunicación. Este asesor ha sido, hasta 1967, William Knox, que dirigió, durante veinte años, los laboratorios de investigación de la «Standard Oil» de New Jersey. En su calidad de consejero presidencial, Knox hizo una exposición del futuro del ordenador, de la cual ofre­cemos aquí lo más esencial.
Por primera vez desde la invención de la escritura, el hom­bre tendrá muy pronto la posibilidad de comunicar —de trans­ferir información— utilizando simultáneamente los dos medios que tiene a su disposición: la escritura y la palabra. Podrá servirse de la considerable cantidad de documentación (im­presa) que existe actualmente en el mundo, y que está teórica­mente a su disposición, de una manera tan ágil, directa y sen­cilla como si estuviera conversando con su vecino. Esto es lo que la moderna tecnología de los nuevos ordenadores tiene que aportarnos.


Hasta hace quinientos años, las informaciones se transmi­tían de una persona a otra, ya por la palabra, ya por la escri­tura a mano. Había, naturalmente, muy poca gente que dispu­siera de tiempo suficiente para adquirir estos conocimientos y estas informaciones. Entonces se produjo la primera revolu­ción con la invención de la imprenta por Gutenberg. La escasa documentación acumulada durante varios milenios pudo po­nerse, así, a disposición de un mayor número de personas.



Y, en consecuencia, fueron más numerosos los autores que em­pezaron a poner sus trabajos y sus ideas por escrito. No es simple coincidencia que el siglo que siguió a aquel invento y, por consiguiente, a la creación de los libros, fuese, en Europa, el del Renacimiento.

Dos y tres siglos más tarde, la busca constante de mejores medios de comunicación y de transmisión de información, con­dujo sucesivamente a la invención del telégrafo, el teléfono, el fonógrafo y la fotografía. Unas décadas después, se inventó la radio. De esta manera, la tecnología multiplicó, en medio siglo, las posibilidades de transmisión de la información. Y a partir de entonces el hombre tuvo varios medios a su dispo­sición. Pero con una cortapisa: podía comunicar, bien oral­mente, bien por escrito, pero no de ambos modos a la vez. Hasta el advenimiento de la electrónica.
Ésta provocó una revolución tecnológica que se halla en curso. Su impacto sobre la sociedad moderna tiene que ser radical. Y el gap suplementario que habrá de producir esta re­volución entre los países de tecnología avanzada y todos los demás, plantea problemas impresionantes. Desde este momen­to, es ya concebible que nos veamos imposibilitados de comu­nicar, simplemente de comunicar, con los que no hayan segui­do, en sus medios técnicos, los decisivos progresos que estamos en camino de diseminar en nuestra estructura industrial, y que llegarán a cambiar su propia naturaleza.
Esta revolución en los métodos de información se ha pro­ducido a consecuencia de una verdadera explosión en el ritmo de investigación y desarrollo de la industria americana, por impulso del Gobierno federal. Este ritmo ha traído consigo un aumento paralelo del número de documentos publicados. Los métodos tradicionales de transferencia de nuevas informa­ciones científicas y técnicas, por ejemplo los periódicos espe­cializados, han tenido que interrumpirse, mientras aparecía y se multiplicaba un nuevo medio de comunicación: el informe técnico. En la actualidad, se publican, en los Estados Unidos, unos cien mil informes técnicos y científicos anuales. Además, los novecientos artículos insertos en las revistas científicas y técnicas, y más de siete mil libros de> estudio que se publican anualmente (el doble de los que se publicaban hace sólo diez años). Nos vemos, pues, obligados a reconsiderar completa­mente nuestros métodos de transferencia de informaciones.
En la actualidad, formamos todos los años un 10 por ciento más de ingenieros y sabios que el año anterior. Ahora bien, no sólo aumenta de manera casi dramática el volumen de la in­formación, sino que la rapidez con que esta información es uti­lizada por la industria sigue un ritmo paralelo. Por ejemplo, era casi imprevisible que los aviones a reacción sustituyesen completamente a los aviones de hélices en menos de diez años. Este ritmo tiene una consecuencia esencial. Antes, había tiem­po para la reflexión. Los que tomaban las decisiones de estrate­gia industrial o política, disponían, en general, del tiempo necesario para obtener y ordenar la suma de informaciones re­queridas. Actualmente, los métodos clásicos de transferencia de informaciones han quedado muy atrás; no responden ya a la demanda. Si siguiésemos fiando en ellos, las decisiones a tomar serían cada vez más azarosas.
La revolución que empieza en los métodos de transferencia de informaciones consistirá precisamente en permitir que las ideas puedan ser utilizadas de manera racional y en tiempo útil.
En sus comienzos, hace algunos años, el ordenador fue so­bre todo utilizado para efectuar operaciones de contabilidad y de cálculo. En lo sucesivo, su aportación esencial será la de constituir un instrumento de transferencia y de tratamiento de la información, en todos los sentidos de la palabra. Este ins­trumento se hallará en condiciones de almacenar, digerir y tra­tar todos los problemas que se nos presentan en la vida in­dustrial. La decisión podrá tomarse, pues, sobre la base de opciones elaboradas.
En 1955, había unos mil ordenadores en los Estados Uni­dos. Sabremos que habrá ochenta mil antes de 1975. En la ac­tualidad, el Gobierno federal americano utiliza, él solo, unos dos mil.
El tamaño de los ordenadores, que constituía un verdadero problema, se reduce actualmente en proporción considerable. Sabemos que en 1980 el aparato que realizará las mismas operaciones que el que conocemos hoy día será mil veces más pe­queño. La rapidez de las operaciones realizadas habrá alcanza­do el ritmo de mil millones de operaciones por segundo. Y el coste de cada operación será doscientas veces menor.
Los ordenadores de 1980 serán pequeños, potentes y bara­tos. De manera que se hallarán a disposición de todos aquellos que los necesiten y quieran utilizarlos.
En la mayoría de los casos, el que utilice el ordenador ten­drá una pequeña consola, en su domicilio o en su oficina, co­nectada directamente, sea cual fuere la distancia, a los grandes y más potentes ordenadores que tendrán almacenados, en enor­mes memorias electrónicas, los factores del conocimiento. Y los perfeccionamientos que se están realizando actualmente en la relación oral-escrita con el ordenador, harán que sea tan sen­cillo utilizarlo en el conjunto de sus operaciones como lo es, hoy en día, conducir un automóvil (1).
Los progresos más apasionantes en el método de informa­ción por el ordenador se fundan en lo que llamamos ordenado­res en «tiempo real». Es decir, que el ordenador, y su memo­ria, lleguen a ser lo bastante poderosos para operar, en unas fracciones de segundo, sobre una serie de cuestiones, sin nece­sidad de proceder a operaciones de llamada. Lo cual hace que el hombre que emplea el ordenador, en «tiempo real», pueda dialogar con él a la velocidad de la conversación corriente.
Hoy en día, calculamos que el conjunto de las informacio­nes reunidas en todas las bibliotecas del mundo representa 10lfl signos (mil billones de signos). Esta documentación está enteramente agrupada en forma de libros y otros documentos impresos. Y, al ritmo actual, se duplica cada quince o veinte años. Una industria americana de ordenadores acaba de anun­ciar la próxima comercialización de un ordenador gigante, con memoria de acceso directo, que podrá recoger y retener 10 " signos (un billón de signos en una sola máquina). Cabe, pues,

(1) El especialista francés Roberí LatteS: director de la «Sociedad de Infor­mación Aplicada» (fllial de la «SEMA»), dice: «Se pedirá a los usuarios individua­les un ligero esfuerzo, pero no mucho mayor que el que realizan para aprender a conducir. 3f loa suspensos no serán más frecuentes que en las licencias de con­ducción.»

presumir que, en 1980, un pequeño número de ordenadores po­drán sustituir toda la documentación escrita que exista en el mundo. Y estos ordenadores trabajarán en «tiempo real»; su­ministrarán todas sus informaciones, respondiendo a las pre­guntas, al ritmo del diálogo normal.
Otros cambios de la misma envergadura se están producien­do en este momento en la tecnología de las comunicaciones por satélite. Muy pronto, la comunicación intercontinental —e incluso dentro de un mismo continente—, vía satélites, será el método más rápido y, a la larga, menos caro. La fase ulterior consistirá en la transferencia de imágenes al mismo ritmo que la transferencia de mensajes. Este desarrollo, que es aún bas­tante costoso, debería ser corriente en 1980.
Lo que tratamos actualmente de poner en práctica es una utilización más ordenada, más eficaz, menos costosa y aún más rápida de los grandes ordenadores, por lo que llamamos time sharing (tiempo compartido). El mismo ordenador responderá a varias decenas y, después, a varios centenares de interlocuto­res, simultáneamente, sobre cuestiones diferentes y mediante operaciones separadas.
El método para lograrlo es el siguiente: en los segundos, o fracciones de segundo que median entre la respuesta dada por el ordenador a la persona que le interroga y la nueva pregunta formulada por el mismo interlocutor, después de un momen­to de reflexión, por corto que éste sea, el ordenador pasa a otro interlocutor, o incluso a varios de ellos, utilizando su ca­pacidad de trabajo hasta una mil millonésima de segundo, para responderles por otras líneas, a la manera de una gran central telefónica que estuviera conectada a un solo cerebro (la me­moria central del ordenador, donde se encuentran almacena­dos los datos). En este momento, se estudia la posibilidad de que doscientos cincuenta interlocutores simultáneos pueden dirigirse al mismo ordenador sobre cuestiones diferentes.
La comercialización industrial del gran ordenador, emplea­do en «tiempo real», por el método del time sharing, y con consolas individuales a distancia utilizadas como simples te­léfonos o teletipos, es el perfeccionamiento revolucionario que regirá el futuro.

El usuario no tendrá necesidad de escribir, de imprimir, ni siquiera de golpear un teclado, sino que interpelará de palabra al ordenador, el cual le responderá oralmente, al ritmo de una conversación de trabajo.
Este diálogo entre el usuario y el ordenador puede ser, tan­to un diálogo por transmisión inmediata de mensajes impre­sos, como un diálogo oral, respondiendo el ordenador como en una conversación telefónica. Un sistema de esta naturaleza se emplea actualmente en los Estados Unidos, para el «Stock Ex-change». Se habla por teléfono al ordenador, para pedirle la cotización actual de tal o cual acción, y el ordenador responde al otro extremo de la línea.
Las características que acabamos de describir son impor­tantes por lo siguiente: el usuario tiene a su disposición, de manera instantánea, todas las informaciones registradas en la memoria del ordenador. Esta memoria puede tener las dimen­siones que hemos indicado, es decir, contener una porción im­portante de toda la documentación impresa de todas las biblio­tecas del mundo. Resulta difícil imaginar ahora los perfeccio­namientos que permitirán estas técnicas nuevas, que repre­sentan un cambio verdadero y total en los sistemas de infor­mación y, por ende, en la capacidad de trabajo. En todo caso, es indudable que, a causa de este invento, la transformación de la sociedad industrial será considerable (1).
Actualmente, el Gobierno federal de los Estados Unidos ha iniciado una serie de programas, en relación con las grandes empresas, para la explotación racional de estos nuevos siste­mas de información y de intercambio. El presidente ha reci­bido ya el primer informe. Éste recomienda, en particular, que el Gobierno asuma la responsabilidad de que, en el plazo más breve posible, quede registrado en ordenador un ejem­plar de todos los documentos científicos y técnicos que existen en el mundo. Él informe recomienda, igualmente, que el Go­bierno organice un sistema nacional e integrado para la utili-

(1) La sociedad, en sentido industrial o económico, deberá organizarse a base del fenómeno informativo, pues éste aporta al hombre la ampliación de sus fa­cultades cerebrales y nerviosas, mientras

zación de la información científica y tecnológica en las fábricas y en las universidades.
Aparte de la Presidencia, varios organismos federales han generalizado, durante los tres últimos años, el empleo de ordenadores gigantes para almacenar informaciones y par­ticipar en los trabajos de elaboración. Entre otros, la Comi­sión de Energía Atómica, la NASA («National Aeronautics and Space Administration») para la exploración del espacio, la Biblioteca Nacional de Medicina, el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Comercio. Cada uno de ellos tiene ordenadores gigantes que trabajan en «.tiempo real-», con consolas termina­les individuales, repartidas por el territorio nacional.
Hace ya varios años que la presión creciente de la infor­mación, que se ha multiplicado en diversas ramas profesiona­les, impide incluso que la comunicación en forma impresa sea lo bastante rápida. El ordenador servirá de medio esencial de documentación, información e intercambio, incluso en los pro­blemas cotidianos.
Desde hoy hasta 1980 prevemos la instalación de varios cir­cuitos nacionales de información electrónica, que, vinculando los grandes ordenadores con los centros individuales, equiva­len a lo que son, hoy día, los servicios públicos de electri­cidad, agua y gas, y a base de tarifas del mismo orden.
La aplicación de estos nuevos métodos a la educación, que no está todavía donde debiera, se anuncia como el progreso más espectacular de los próximos doce años. Existe, en el pun­to de partida, un problema de coste. Las escuelas y las uni­versidades son, tradicionalmente, bastante pobres, y no todas ellas se encuentran en condiciones de comprometerse en los nuevos programas necesarios para la plena utilización de los ordenadores en materia de educación. Pero, de hoy a 1980, dos factores habrán atenuado esta dificultad: la intervención ma­siva del Gobierno federal y la rápida disminución de los pre­cios de programación de los ordenadores.
En 1980, y probablemente antes, el conjunto de escuelas y universidades americanas tendrá aparatos conectados a los ordenadores gigantes de las diferentes ramas del conocimien­to. Y los programas de educación por aula, y quizás incluso por alumno, serán adaptados y coordinados directamente por los ordenadores. En todo caso, éste es nuestro plan.
La principal dificultad con que tropezaremos para la utili­zación de las nuevas tecnologías de información, será la apren­sión de los mandos ante las transformaciones radicales que aquéllas traerán consigo. La generación actual de los managers está demasiado aferrada a métodos diferentes para sentirse tranquila. Pero, en los próximos años, por la fuerza de las co­sas, incluso en razón de las exigencias de la nueva tecnología, otra generación de managers tomará las riendas del mando.
La necesidad fundamental es la de la adaptación a las téc­nicas modernas; una necesidad, pues, de educación. Dado el ritmo del cambio que hemos de prever, la educación, en el sen­tido clásico, será harto insuficiente. Hará falta una readapta­ción constante, y la posibilidad de ofrecer recycíages (1) a cada instante, a base de programas educativos organizados, en todo caso, para aquellos que no quieran abandonar la vida activa.
Se necesitarán docenas de millares de especialistas en or­denadores, de los llamados «programadores». Después, los pro­pios ordenadores harán de maestros y de programadores de su propia tecnología. Antes de que llegue este período, es de­cir, antes de 1980, será necesario que los responsables políticos hayan aprendido a dominar sus implicaciones.
(1)     Acción de modificar la orientación de un alumno a fln de que pase  un ciclo de estudios para el cual parece adaptarse mejor. :— N. del T.


NOTA: Eran las once horas  día en que falleció mi Padre ( 18 de abril de 1969 ) y durante su agonía le leí este capítulo y él, con sus ojos , me daba a entender que lo entendía y le causaba admiración, pues aunque totalmente paralizado, conservó hasta el final, su lucidez .Murió a la una de la tarde.

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