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martes, 18 de abril de 2023

Profesor visitante en Tulane

 Jesús Rico Velasco

 


Una antigua casa ubicada frente al cementerio de Carrollton en Adams Street con vista a cientos de lápidas blancas organizadas en perfectas filas, como recordatorio del paso fugaz sobre la tierra fue el lugar que el destino caprichoso me brindó como residencia.   Alquilé   uno de los cuatro aparta estudios de la casa.   A tres cuadras quedaba  la estación para   tomar el tranvía    y viajar  al centro de la ciudad de Nueva Orleans . El  espacio era  amplio  con  una cocineta y al lado   un baño con tina. Había comprado una mesa de comedor  con cuatro asientos  en el Salvation Army. En el fondo había un  espacio  para una cama doble con una  puerta de salida .   En la parte trasera existía un lugar para la lavadora y la secadora bajo  un techo cubierto y separada de las casas vecinas por una malla de alambre. Una ventana lateral  no  debía abrirse  para evitar  los robos. Detalle que olvidé  durante una mañana  de  otoño. El aire fresco y encantador  hizo que desclavara la ventana de la cocina y la dejara abierta. Ya avanzada la mañana decidí ir al centro de la ciudad, sin mayores precauciones, al fin y al cabo estaba en Estados Unidos. Pero al regresar me encontré con la policía y la sorpresa de que muchachos del barrio habían entrado por la  ventana.

 Uno de los  policías  pregunto  mis datos de identificación.  Al escucharme decir que  era colombiano  sus ojos se posaron sobre mi con una mirada inquisidora y dijo: «Es muy probable que los muchachos se hayan enterado  de que usted es Colombiano y se metieron al apartamento buscando algo.  Y como no había nada, decidieron drogarse en  el baño. Encontramos un caucho de amarre tirado en el suelo. Sólo revolvieron  sus pertenencias y las tiraron al suelo.»

 Con mi orgullo herido y frenando los impulsos del torrente corriendo por mis venas, le dije: « ¿Insinúa que  tengo algo que ver con la presencia de drogas?. Yo soy profesor visitante  de Tulane University en la Escuela de Salud publica. Si necesita  mas información con mucho gusto se la envío a la oficina de la policía.»

 «De todas maneras tenga  mucho cuidado, mantenga las ventanas cerradas, y clavadas al marco y las cerraduras ajustadas.  Si ocurre o nota algo raro en el área   comuníquese de inmediato con la policía.»

 A partir de ese día, después del susto no volví a abrir  las ventanas, mantuve las puertas siempre cerradas y estuve alerta a  movimientos extraños que sucedieran  en el área. Me asustaban más los vivos que los muertos.

 Nueva Orleans es una ciudad diferente. Una ciudad con un  trasfondo histórico resultante de la mezcolanza  de las culturas  francesa, española,  y africana.  Derivado del comercio de esclavos, y las raíces de los primeros habitantes de la cultura Cajun de pescadores, cazadores, y aborígenes  expandidos  en la región de Luisiana.   Un origen lejano que le da un sabor  especial a sus viviendas, medio tropicales, abiertas, con espacios frontales hacia las calles y con  porches para  disfrute del exterior.

 Una cultura mixta en donde se da de todo.  Sitios particulares como Jackson Square,  expresión auténtica del cabildo español. La catedral de San Luis, y un parque muy hermoso para los visitantes.  Hay mucho para conocer en el centro donde se juntan  Canal Street con la calle Royal. Un cruce en el centro en donde comienza   el French Quarter (vieux carré)  marcando el comienzo en la calle Burbon. Aquí pasa de     todo: música de jazz en alguna esquina con cantantes y músicos espontáneos,  sonidos de Saxophone  que no pide permiso para entrar en la cabeza,  bulla  de bares abiertos hacia  la calle, bailes de mujeres sobre los mostradores   con movimientos suaves de caderas africanas,  coquetería que invita a  tomarse unas  cervezas a cualquier hora. Un carnaval de travestis, homosexuales, prostitutas,   personas con disfraces, conocidos y desconocidos,   en una ciudad  que no se reconoce americana, ni francesa.

 Aquí se escuchó por primera vez la trompeta de Louis Armstrong.   Sus melodías, blues y música de jazz,  su legado será inolvidable.  En cualquier rincón, bar, o restaurante seguirá  sonando para siempre. Los temas del vocalista de heavy metal Phil Anselmo y  el rapero Lil Wayne  se confunden entre el bullicio de  la ciudad.  El escritor Tennessi Williams  escribió nada menos que “Un tranvía llamado deseo” (1947)  llevado al cine con Marlon Brandon y otras obras famosas como La gata sobre el tejado de ZINC y la Noche de la Iguana. Anne Rice natural de nueva Orleans (1941-2021) con sus Crónicas vampíricas, literatura gótica y religiosa  le producen, también, renombre a la ciudad. Sus obras se venden en  los stands de librerías y  estanterías de los centros comerciales. Presencia de brujería y santería con ceremonias Vudú de maestros y aprendices antillanos, haitianos, puertorriqueños y dominicanos.   Sacrificios de animales y exorcismos con el uso de amuletos que te pueden salvar la vida. Hay de todo, en vivo y en directo, para perderse por  momentos y estar por fuera de este mundo con el uso de la marihuana, la cocaína, la amapola y otras sustancias alucinógenas.

 La celebración del Mardi Gras (Martes de Carnaval) ocurre en un día antes del miércoles de ceniza. Un  día para disfrutar de los placeres  culinarios y carnales antes de la abstinencia de la cuaresma y la semana santa. Y el Sugar Bowl,  el partido de fútbol americano universitario, celebrado   todos los años desde 1970 en el Mercedes Benz  Superdome, constituyen dos grandiosas festividades de esta ciudad.  Platos reconocidos en el mundo de la gastronomía  como el Gumbo  o el Jamabalaya  se consumen en reuniones de  amigos   dispuestos a untarse las manos con el condimento amarillo  utilizado en la preparación de cangrejos de río.  

 Esto es un poquito del sabor de esta ciudad  devastada  por el catastrófico huracán Katrina en 2005.  Resulta inaceptable  no mencionar esta catástrofe que en términos poblacionales la redujo a la mitad,  y la dejó en ruinas. Pero la fuerza de sus habitantes   la regresó a la  vida.  Con la alegría de sus  visitantes el fantasma del 29 de agosto  ha desaparecido.   El ambiente urbano se reconstruyó. Regresó la alegría, la música, y la gente para que no se pierdan las tradiciones y las festividades. de un Mardi Gras, el Jazz fest, y el Sugar Bowl.

 Llegué a Nueva Orleans gracias a la carta que recibí el 25 de febrero de 1985  firmada por el Dr. Francisco Gnecco Calvo director ejecutivo de la comisión para intercambio educativo, comisión Fullbright, con sede en Bogotá. En ella   me invitaban a  participar como profesor visitante  durante el período septiembre 1985 a mayo de 1986  en la Escuela de Salud Publica de la Universidad de Tulane. Dictaría un curso  sobre Monitoria y Evaluación de servicios de salud.  Y en el segundo semestre, durante la  primavera, uno sobre Población y salud con énfasis en Demografía Latinoamericana. El programa Fullbright  proporcionaría el transporte,  los gastos  de vivienda, seguros, materiales educativos y un salario mensual durante los nueve meses de  la misión. 

 Salía en bicicleta  a recorrer el campus de la universidad y  le daba varias vueltas al parque.  Disfrutaba el tiempo sumergido  en el ambiente  otoñal entre los árboles  cambiando de color hacia el amarillo claro oscuro y las hojas que caen de los árboles cubriendo  jardines y  parques. A dos cuadras en la avenida Carrelton   una estación del Tranvía  va  en dirección al centro de la ciudad, una hora de tranquilidad y disfrute del paisaje urbano hasta llegar a Canal Street en donde se encuentra el edificio de la Escuela de Salud Publica. 

 La oficina para atención de  estudiantes, leer y preparar clases estaba en el sexto piso.  Algunas veces regresaba a la residencia en bus  con  dirección hacia Carrollton Boulevard.  Era un ir y venir  sosegado de algunos días  con clases programadas o visitas de estudiantes.  En  tiempos libres decidí tomar unas clases de pintura en el Instituto de Bellas Artes ubicado a una distancia caminable. Una clase por semana  adornaba  mi vida. El aprendizaje de técnicas   de dibujo en lápices, carboncillo y lápices a colores los puse en práctica con las tumbas  frente  al porche del apartamento. Momentos de inspiración y observación del paisaje de la muerte  terrenal  tratando de  encontrar  historias posibles para esos seres desaparecidos que yacían    enterrados para la eternidad. Presencié una que otra ceremonia  fúnebre   acompañada de una banda de músicos,  instrumentos de aire  saxofones, clarinetes, trompetas y  tambores.  Melodías  profundas de blues y jazz. Expresión humana del dolor  y la pérdida  con lágrimas entre los asistentes en su mayoría de  población negra. 

 La  Universidad del Valle me concedió  comisión académica por  nueve meses como profesor titular sustentado en el trabajo  y las experiencias   en el Africa como profesor de investigaciones de la Universidad de Tulane en el Zaire , antiguo Congo Belga.  Las vivencias africanas   en Kinshasa en el Centro de Planificación de la Nutrición Humana fueron compartidas con el Dr. Robert Franklin y Kabamba Kamani bajo la dirección del Dr. William Bertrand.

 Durante el semestre de otoño  impartí el curso Epi 624: Monitoria y evaluación de servicios de salud con 74 estudiantes de postgrado,  en el horario de los martes de 1 a 3 de la tarde.  . Para facilitar el proceso académico me asignaron un asistente de catedra el Dr. John C. Lane (M.D.). Pese a tener  movilidad corporal reducida, asistió a todas las clases y ayudó de manera excepcional en la asesoría estudiantil y manejo de exámenes y calificaciones.  Un joven dedicado al estudio científico  y respetado en el ambiente académico. Facilitó  mi trabajo, le dio impulso y reconocimiento.

 En el desarrollo del curso de Evaluación de servicios de salud  conocí una  estudiante chilena,  Carmen   García.   Le gustaba conversar  conmigo, contarme cosas  sobre su vida y  su matrimonio con  Luis García, un Argentino ingeniero naval.    Tenía un “astillero” en el muelle de Nueva Orleans en donde construía y reparaba barcos.  Era  propietario  de un  restaurante “El Otoño”  próximo al French Quarter  en donde estuve invitado en varias  ocasiones antes de llegar la navidad. Su casa era patrimonio arquitectónico de la ciudad   quedaba sobre la avenida Carrelton. Preciosa por dentro adornada con armaduras de épocas remotas que ninguno conocía. Cuadros, estatuillas en mármol, bronce y porcelana   le daban  un sabor de antigüedad a la casa, hasta olía a viejo. En el “basement” tenía una cava de vinos argentinos, chilenos, portugueses, españoles y franceses  de cosechas reservadas con buenos tiempos de la producción de  cepas de uvas merlot, cabernet suavignon, chiraz, y otras de tintos, blancos, y champañeros. Solía degustar  con Luis catas de vinos que lo entusiasmaban y le daban un impulso a su ego de buen  bebedor y catador de licores.

  Alex, su hijo tenía 10 años, casi la misma edad de Juan Manuel, mi hijo. Vivía,  al igual que mi pequeña hija María Juliana,   con su mamá Olga Lucia en la ciudad de Cali.  Para este momento, Olga Lucía y yo estábamos distanciados por la vida y las circunstancias laborales.  Pero, los recuerdos y nuestros amados hijos nos unían de vez en cuando.  Entre conversaciones con Luis y Carmen mencionamos   un día la proximidad de las vacaciones decembrinas. Ese mes mágico que hace que hasta los espíritus más alejados añoren la familia, el cariño y estar junto a alguien.    Se barajó la posibilidad de congregar las dos familias para pasar las fiestas en un recorrido terrestre hacia la Florida.

  De mi vida en pareja con Olga Lucía ya habían pasado seis años. Compartimos nuestras vidas tres años en Santiago de Chile y tres en el Congo Belga. A nuestro regreso a Cali, ella decidió  ingresar a la Universidad del Valle a estudiar enfermería. En un abrir y cerrar de ojos había terminado su licenciatura. Su deseo era  continuar sus estudios  hasta completar un posgrado en el área materno infantil. Algo se enfriaba en nuestra relación, no lográbamos detenerlo. Vivíamos la vida  entre continuas subidas y bajadas. El desamor nos llevó a vivir   por separado.  Pero sin decirnos adiós. Era una especie de espera a que llegasen tiempos mejores.

 Carmen y Luis quedaron a la espera de mi respuesta. Dependía de la decisión de Olga Lucía. Decidí llamarla por teléfono para hacerle la propuesta. Las llamadas a Colombia además de costosas eran difíciles. Tratar de hacerte entender en un inglés latino, como el mío, por una operadora gringa era tarea difícil. 

 «Aló, aló, operadora. Necesito hacer  una llamada a Cali, Colombia. A quien conteste, por favor.»

 La operadora me pidió el número y quedé a la espera de que alguien contestara.

 Cuando le escuché decir: «Ya puede hablar  la conexión está lista. »

 Sin saber quién estaba al otro lado de la línea, dije: «¿Aló? ¿Quién habla? ¿Olga Lucía?»

 Sentí una enorme emoción al escuchar: «¡Si, soy yo!»

 Como pude le expliqué sobre los planes que tenía con mis nuevos amigos y la animé a venir  con los niños. Le di la información de fechas, llegadas y recorrido. Ella aceptó.

 Me comuniqué con Carmen y Luis para confirmarles la participación de mi familia y definir los planes.  Acordamos la salida de nueva Orleans para el martes 24 de diciembre  en la camioneta Van Chevrolet de Luis.   El recorrido  por la Pensacola, pasando una posible parada  en el camino antes de llegar a Orlando.  Allí decidimos   hospedarnos  en el hotel al interior de Disney. Hicimos   una reserva para la noche de navidad y la celebración del 25, un festivo muy importante en los Estados Unidos. Ocupamos dos habitaciones dobles hermosas en algún piso que no recuerdo. Eran amplias, elegantes y  bien  amobladas.   Perfectas para pasar las dos noches. 

 El sábado 21 de diciembre fui al aeropuerto a recoger a Olga lucía y los niños.  El vuelo se retrasó seis horas y la espera se extendió hasta la madrugada. La noche pasó muy lenta y fría. El anuncio de la llegada del vuelo hizo que mi corazón palpitara agitadamente.   El tiempo había pasado y completaba ya seis meses sin verlos. La puerta de salida se abrió.  Primero  aparecieron  mis muchachos. Al verme corrieron al unísono de sus alegres risitas a abrazarme. Yo los estrujé contra mi para sentirlos.  Luego apareció Olga Lucía. Estaba radiante. Se acercó lento, me miró a los ojos, pasó sus brazos por detrás de mi cabeza. Su cuerpo me abrazó y el mío la abrazó a ella. Le expresé todo mi agradecimiento.   

 El fin de semana fuimos al  centro comercial  para realizar las compras de los elementos básicos : leche, huevos, café, un poco de carne, pollo,  cerdo, y algunos  caprichos para los niños como chocolatines, dulces prohibidos, y malos para los dientes y postres de Sara Lee. , Y para los gustos de los mayores un buen vino tinto y una botella de Whisky Johnny Walker Black Label. 

  La época obligaba a comprar un árbol de navidad pequeño con unas guirnaldas doradas para adornar  y unas bolitas de colores  perfectas para el disfrute de los niños. Terminamos comiendo  por petición de los niños unas buenas hamburguesas    McDonald`s . Y luego dando un paseo al atardecer  desde la calle Adams, en la esquina del cementerio hasta llegar al borde del parque Audubun. Con Olga Lucía recordamos, a manera de anécdota,  cuando Juan se  perdió por un rato en este parque hace varios años antes de salir para el viaje al Africa.  Fueron momentos de angustia  y dolor intenso. Su búsqueda duró  más de una hora.  Lo encontramos  conversando con una persona. Resultó ser el profesor Ed Morse. Con el tiempo visitó y compartió con nosotros en nuestra casa en Kinshasa. 

 Salimos de Nueva Orleans a las 6 de la mañana.    En los puestos delanteros se acomodaron Luis y Carmen. Olga Lucia y yo en los intermedios. Los muchachos iban sueltos en cualquier parte. Tirados en el suelo jugando, conversando,  y jodiendo. En el parte trasera se guardaron los maletines, uno por persona.     Luis contaba con comunicación permanente por radio móvil con su oficina a través de un aparato inmenso, como una “panela”, con botones para recibir y responder llamadas, era el  precursor de los teléfonos celulares.

 Tomamos la ruta hacia Pensacola, una población pequeña sobre   la parte alta de la Florida.  Un paisaje  seductor con playas de arena blanca nos hizo detener  para un corto chapuzón  de los muchachos. Continuamos  por la costa bordeando el mar  hasta llegar a un poblado con el nombre de Panamá city sobre la bahía de San Andrews. La decisión sobre qué almorzar se convirtió en nuestra primera discusión.  Luis se negaba  rotundamente a comer hamburguesas.   Por fortuna llegamos a un rápido acuerdo:  durante el viaje  acataríamos las sugerencias  de Luis en cuanto a  tipos de comidas, lugares de alojamiento, y  gustos especiales.   Los pagos se realizarían con  sus tarjetas  de crédito y  al final compartiríamos los gastos del viaje por partes iguales.

 Nos alejamos de la costa  hacia Gainesville  para alcanzar la autopista IE75 y llegar  hasta Orlando,  destino final del día.  El hotel al interior de Disney  era extraordinario.   El paso del  pequeño tren eléctrico que conduce a las atracciones  metiéndose por el centro  del hotel era un espectáculo. Celebramos la noche de navidad con  una cena como se acostumbra en Colombia.  Una noche de ensueño   como bienvenida a una amistad que perduraría   varios años.

 El día siguiente era considerado muy importante en la cultura americana. Se acostumbra repartir  regalos y  compartir en  familia  la celebración.  Los más pequeños pronto se organizaron en una “pandilla” como les llamamos durante el viaje.   Desaparecían entre la gente y las  atracciones y nos buscaban cuando sentían hambre.  En la tarde tenía una sorpresa para todos.   Un amigo  de Cali me ofreció una pequeña casa para pasar unos días en la playa muy cerca de Fort Luadertdale.  Ahora si que se hacía más interesante  el viaje.  Salimos de Orlando temprano. Recorrimos unas 6 horas por la ruta IE 95 hasta llegar a Miami.

 A la altura de la calle 62 en la avenida Collins almorzamos en un restaurante cubano.   Por supuesto que Luis sugirió la comida:  costillitas de cerdo, ropa vieja, fríjoles negros, arroz con pollo delicioso,  chicharrones, lechón asado, y otras delicias.  Teníamos que asegurarnos de que la pandilla quedara satisfecha.  Buscamos la dirección de la casa en la que nos quedaríamos en Dania Beach. La llave estaba debajo del tapete de entrada.  Era una casa con dos alcobas con baño  y una cocina amplia y salida a la playa a unas tres cuadras de caminada. Como buen cocinero le sugerí a Luis buscar en una pesquería  una corvina  de unos 3 kilos limpia para colocar en el horno y hacerla al estilo griego con dos cebollas cabezonas, unos cuatro tomates, tres o cuatro ajos en lajas, finas hierbas muchas hierbas, olivas verdes y negras, una  taza de vino blanco, sal y pimienta al gusto. Sazonada con las manos y envuelta en papel de aluminio. La dejamos marinar en el refrigerador hasta el siguiente día para aumentar el sabor.

  Al siguiente día después de un suculento desayuno salimos hacia la playa. A  las 11 de la mañana  el teléfono móvil de Luis sonó. Recibía malas noticias.  Uno de sus barcos cargueros  había tenido un accidente en el muelle de Puerto Rico. Una de las compuertas estaba atascada  y los trabajadores  no  podían  descargar. Luis analizó la situación y tomó una decisión.  Hacia las doce  del medio día lo llevábamos   al aeropuerto internacional de Fort Luadertdale con Carmen. Debía viajar a Puerto Rico lo más pronto posible.

  La pandilla retozaba en la playa  bajo la vigilancia de Olga Lucía.   Después de dejar a Luis nos unimos al combo para seguir disfrutando de la estadía.  Ya en la casa, con un poco de hambre,  comencé a preparar en el horno la deliciosa corvina. Los platos quedaron vacío y los comensales más que satisfechos.   Ante las circunstancias  salimos temprano al siguiente día.  El trayecto de retorno hacia Nueva Orleans es muy  extenso por la vía al norte. Debíamos dormir  en  Tallahassee o en Mobile para aproximarnos  a Luisiana. En este tipo de viajes el calendario se pierde en la cabeza   pero adivinaba que sería el día de los “santos inocentes”,  jueves  o viernes entre los días de la semana.

  Dejamos la llave de la casa tal como la encontramos. pegada por debajo del tapete de bienvenida. Salimos de Fort Luadertdale por la autopista al norte  IE95.

 Carmen y yo nos turnamos el manejo de la Van.  Sin Luis la comida para la pandilla  no era tan sofisticada. Un almuerzo con pollo  en KFC con  coca cola y una ensalada no muy buena.   En Mobile mejoramos la comida.  Visitamos un restaurante Japonés  en donde  había un asistente de cocina en cada mesa.   Realizaba una espectáculo culinario en vivo fabuloso. Sobre  una parrilla de hierro bien caliente preparaba un menú amplio de alimentos japoneses, suficientes para  los gustos con especial dedicación a los niños. El cocinero realizaba    malabares en el aire con  los cuchillos y tenedores.  Estos ingredientes sumados a la  alegría de todos  le  dieron mucha excitación  a esta experiencia gastronómica.  Llegamos en la tarde a Nueva Orleans. Un   cansancio  mezclado con la alegría de haber  compartido unos días maravillosos con dos familias  que gozaban de la felicidad de  sus hijos  en  días navideños inolvidables.

   Al final del año 1985 junto con Olga Lucía y los niños realizamos una visita a mi amigo Bill.   Vivía con Juanita en la calle Panola a distancia caminable desde nuestro apartamento. Bill era el  artífice  de los acontecimientos  ocurridos  en nuestras  vidas en el Africa  (Kinshasa, antiguo Congo Belga) y ahora  en Nueva Orleans. A nuestra llegada salió a recibirnos  Candelaria,  la empleada doméstica salvadoreña que siempre  ayudó a la familia  Bertrand en las actividades de la casa.  Una mujer amorosa . Bill y Juanita al vernos estrecharon de nuevo sus lazos de cariño con nosotros.

 La celebración del año nuevo la pasamos de manera sencilla los cuatro en familia.   Preparé unas comidas rápidas pero deliciosas  para los niños. Vieron un   poco de televisión en inglés  aburridor pues no entendían. Lavarse los dientes, orinar y a dormir. El silencio y la calma del ambiente fue cómplice para que con Olga Lucia hiciéramos un brindis con champaña para despedir el año. Le deseé  lo mejor para el futuro inmediato. Su grado de enfermería , y un próximo trabajo como directora de un  centro de salud en la ciudad de Cali. La expresión del cariño no exige nada. En el poco espacio  hicimos correr las horas en la proximidad de los cuerpos mientras los niños dormían. El primero de enero de 1986 salimos a pasear. Viajamos en el tranvía llamado deseo,  y  de regreso en la tarde  Olga Lucía alistó el viaje de retorno a Cali para día siguiente.

  Recibí en el correo una comunicación urgente de la Dra. Elsa Morena de la OPS de Washington. Era una invitación para  participar en la organización de un seminario taller sobre salud materno infantil.  Se celebraría en Buenos Aires del 6  al 11 de enero. Los primeros en comunicarles la noticia fueron a Carmen y Luis. Como buen argentino, orgulloso y sacando pecho,  me ofreció un aparta- estudio que tenía en Recoleta en un segundo piso cerca del centro de la ciudad.

 Carmen buscó las llaves, me las entregó, y dijo: «Profe, qué bueno. No se preocupe por nada.  Le avisaré al conserje de su llegada el sábado. »

 Luis aprovechó para indicarme  los principales puntos para visitar en la ciudad.   Haciendo énfasis en los restaurantes   y lugares con buena comida cercanos al apartamento.

  «Tenés que visitar el restaurante La Biela, el Gato Dumas, el Café de la paz, el Rincón  de Pedro en la esquina, y la Querencia. Podes  preguntar al conserje  . Ya conoces algo de Buenos Aires. Que tengas un feliz viaje.»

 Las cosas ocurren  sin premeditación y ventaja al pensarlas.  Viajé el sábado 4 de enero en un vuelo directo  a Buenos Aires. Unas   diez  horas de viaje.  Llegué al apartamento hacia la media noche. Por fortuna,  el conserje del edificio  me  recibió.  En minutos estaba sobre una cama limpia y confortable. Me alegraba   de saber que al despertar sería domingo. 

 Volver a Buenos Aires ciudad querida y en varias ocasiones visitada era reconfortante.  Admirar la  tremenda  avenida que la atraviesa, similar a las Tullerias en Paris. El teatro Colón catalogado como uno de los mejores del mundo, la calle Florida perfecta para  caminar en pleno verano, turistear y salir de compras.  La Calle Corrientes, Caminito, La boca  y otras con sabor a tango. Lavalle y San Martín en las cercanías del apartamento prestado de unos amigos generosos que compartían lo que tenían sin condiciones.  Visitar  el Gato Dumas, la Biela, el café de la paz y  la Querencia. No hay manera de equivocarse,  la carne de res  es la “protagonista central” en la cocina argentina.

 Durante el seminario  tuve la sorpresa  de encontrar a la Dra. Elsa  con quien compartimos gratos recuerdos  y admiración profesional.   Coincidí con  colegas amigos   como: el Dr. Néstor Suarez Ojeda que estuvo conmigo durante  tres años en Chile, al igual que el Dr. Feliz García.  Y  participantes provenientes de: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Venezuela,  Costa Rica, Guatemala y Méjico.  La organización del evento duró una semana. 

 El domingo  de regreso a Nueva Orleans inicié con la preparación del curso de demografía y servicios de salud para el semestre durante la primavera. Con los estudiantes matriculados  en su mayoría  provenientes  de Indonesia logramos una relación cálida y cercana.  Compartían sus anécdotas, algo de su cultura, y tradiciones religiosas. Al finalizar el curso me  regalaron algunos detalles  de su país. En especial, una corbata y una bufanda  de seda elegantes  que porté con honor el día del grado y un precioso batik que todavía  conservo. Es una representación de los dioses  que dirigen la vida  cotidiana en una procesión espiritual espectral entregando  respuestas a las necesidades de la gente con  argumentos afirmativos o imaginarios.

 Para esta época, la Dra. Elsa me solicitó realizar  una asesoría de una semana en Costa Rica para probar un modelo sobre Atención Primaria Ocular, liderado por el Dr. Vladimir Carazo, prestigioso médico oftalmólogo costarricense. El extraordinario perfil   del proyecto buscaba la posibilidad de derretir un poco la fantasía  de  la “ciudad de hierro” construida por los optómetras.  La idea central  era identificar de manera  temprana  problemas oculares en  recién nacidos y  los primeros meses después del nacimiento.   Un  seguimiento  oportuno de los problemas visuales durante los primeros cinco años de vida.  Unos años antes con la enfermera Luz Nelly Girón  aventaja estudiante en Salud publica de la Universidad del Valle   elaboramos un manual de atención primaria ocular  para ser usado por las promotoras de salud en sus visitas domiciliarias con el uso de tarjetas  para medir la agudeza visual  conocida como tabla de Snellen. Los desarrollos y aplicaciones de estos modelos de atención primaría ocular no tardaron en ser bombardeados por las asociaciones de profesionales de oftalmología y optometría en Colombia. Sumado al rechazo  en el congreso mundial de Oftalmología y Optometría celebrado un año después  en Sao Pablo, Brasil.

  Un amor  furtivo permaneció en secreto ante los ojos de los demás durante  mi permanencia de ese año sabático. En uno de mis acostumbrados paseos en bicicleta por el parque Audubun a mi llegada a Nueva Orleans  conocí dos mujeres. Sonreían con cierta coquetería al verme pasar.  Una de ellas, una mujer madura, de unos 35 años acuerpada me hizo señas de detener la marcha. Se acercó  y me dijo:

 «Perdone la pregunta.  Lo hemos visto varias veces en el parque y  nos gustaría saber  ¿de dónde es usted?.» « Soy de Colombia, de Cali.»

 Con los ojos brillantes y animosos respondió: « ¡Qué bueno!. Mi amiga Karen es Barranquillera.  Acaba de llegar. Es enfermera y quiere homologar su titulo para ver si se puede quedar a vivir aquí en USA. Yo Soy Rosa migrante cubana. Vivo en una casa de inquilinato  a unas cuadras de aquí. »

 Karen se unió un poco tímida a la conversación. Sin mayores reparos  nos fuimos caminando,   llevaba mi bicicleta a un lado, me animé y las invité a tomar una cerveza a mi apartamento.  Esperaron  afuera en el porche mientras traía las bebidas.  Nos sentamos en el suelo.   Ahora éramos tres contemplando las lápidas del cementerio. La conversación entre una cubana, una barranquillera y un caleño se convirtió en el revoltijo más animado de la tarde.  Nos fuimos acercando y compartiendo más la vida.  Nos gustaba la idea de reunirnos con frecuencia los fines de semana a realizar lo que denominamos “actividades culinarias colombo cubanas”. La primera en sacar a relucir sus habilidades fue Rosa  empezando con  un arroz a la cubana  acompañado de un par de tragos o cervezas bien heladas. Otras veces un buen  vino blanco o tinto y  la promesa de volvernos a encontrar en un próximo fin de semana.

 Comencé a sentir  cierta atracción por Karen, la barranquillera. Su tez morena, sus ojos pícaros, su pelo largo ensortijado, su cuerpo firme y esbelto y esa manera de hablar sin tomar aire, comiéndose las eses, me hechizaba. A pesar de que la idea de este año sabático era estar tranquilo conmigo mismo dejando a un lado los enredos de los amores que tantos líos me traían. Mi sangre caliente comenzaba a hacer ebullición.  Pero la llegada de las fiestas navideñas, la visita de mis hijos con Olga Lucía, el viaje por la Florida y la clases en Tulane hicieron que me alejara de Rosa y Karen.

  En los pocos espacios que me quedaban reanudamos nuestra amistad. Rosa de manera abierta y sincera expuso las dificultades de Karen para homologar su carrera.  Consciente de que podía ser de ayuda le  facilité varios contactos en la Escuela de Salud Pública con expertos ejecutivo  de la universidad  de Luisana. Le ayudarían   en el proceso de validación de su grado de enfermería y  a encontrar  posibilidades  de trabajo en los hospitales locales.

  Una tarde de invierno, no muy fría, por sorpresa apareció Karen como un ángel de tez morena  tocando a mi puerta. Latía mi corazón y la sin razón no buscaba explicaciones. Nos sentamos en el sofá, a conversar  sin  palabras   cualquier cosa sin sentido. Las caricias se iniciaron en nuestras manos. La magnífica sensación de    una boca carnosa y húmeda que   posa su beso sobre mis labios delgados y nerviosos  dejando pasar el amor tibio y agradable. Una tarde apresuradamente lenta, asustados nos fuimos quitando la ropa para una entrega limpia. Una oportunidad para acariciar con dulzura unos senos jóvenes y hermosos anunciados en nuestras conversaciones.  Unas formas corporales que delimitaban  un continente de hermosura desde la cabeza o los pies.

 Terminé la pasantía en Tulane el 25 de mayo de 1986. Karen  recién llegada no tenía muebles ni enseres para habitar un apartamento  próximo a ocupar. Le firme el “traspaso” de mi   carro viejo LTD con la condición de cancelar  los impuestos en el año siguiente. Me llevó al aeropuerto.  Lentamente con el transcurrir del tiempo las comunicaciones fueron desapareciendo. Tres años después cuando pasé por Tulane la encontré  trabajando en un Hospital local. Había logrado homologar su diploma. En algún momento  me invitó a cenar. Me  presentó a Antonio José su esposo un Puertorriqueño residente hacia mucho tiempo en la ciudad de Nueva Orleans.

 Un reencuentro con Carmen invadió de dolor mi ser, al saber que Luis, el amigo de Nueva Orleans,   había muerto de un infarto al corazón. Había vendido el astillero, el restaurante y la preciosa casa patrimonio arquitectónico de la ciudad. Al pagar todas las deudas que tenía quedaron algunos dineros para continuar la educación de Alex.   Estaba en su año senior en el  bachillerato. Carmen al terminar la maestría en salud publica había conseguido una plaza como profesora asistente en los programas de salud en la Universidad de Luisiana  con sede en Baton Rouge. Esa fue la última vez que la vi.

 

 

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