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martes, 18 de abril de 2023

Tu ausencia

 Alexandra Correa

Ella tenía la imagen grabada en su memoria. Tal cual como lo encontró aquella mañana dormido en un sueño profundo, del cual nunca despertó.

 


La mujer lo organizaba todos los días. Lo peinaba, vestía, le dejaba la comida servida. Acomodaba su cabeza con una almohada cuando no podía maniobrarla. Variadas conversaciones   le brindaba cada tarde. El cuerpo frío e inerte, sin respuesta alguna. Añoraba con todo su corazón, una señal, un movimiento, un parpadeo. Nada, absolutamente nada pasaba. Recordaba los treinta años juntos, no podía superar estar sola.

Ella le preguntaba:  ¿Qué tal si te leo el libro que tanto te gusta? ¿O tal vez escuchamos la canción de los dos? Silencio total.

Fuera de la casa todo seguía igual, los guayacanes desprendían flores violetas, los pájaros se asentaban en sus nidos y el sol en su mayor esplendor desprendiendo delgados rayos que entraban por su ventana. Dentro las moscas y hormigas merodeaban el cadáver putrefacto y nauseabundo, ella solo vería  lindas mariposas, un tapete colorido, olor fresco a madera su fragancia favorita.

 Cada vez que le cambiaba el atuendo la piel y el cabello se le iban desprendiendo. No le importaba, desde que él estuviera a su lado.  Con los años no le quedarían sino los huesos, que celosamente guardaba apesadumbrada en una urna en el lado izquierdo de la cama; recordando el color rozagante de sus mejillas, la brillantez de sus ojos y el color azabache de su cabello.

 Pasado un tiempo la mujer con el corazón partido en dos, sumida en una depresión profunda siente que su cuerpo ha llegado al límite del sufrimiento; en un acto impulsivo toma la urna en medio de una lluvia torrencial, sale de su casa y se dirige al costado de la playa que se encuentra solitaria. Espera a que la marea baje y cava un hoyo profundo en la arena, luego de una manera tierna lo sostiene en sus brazos, mira al cielo y se da cuenta que la lluvia ha cesado, solo queda una corriente fresca de aire y los últimos rayos del sol pegando en el horizonte del mar, haciendo gala a un ocaso espectacular. Ella feliz se introduce con su urna en brazos en el hueco y espera pacientemente a que la marea vuelva a subir. Entra en un sueño profundo del cual no volverá a despertar.

 Por fin eternamente juntos como lo habían prometido.

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