Vistas de página en total

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Diatriba de un viejo solo mirándose al espejo

 


 Siempre despierto con el trino alegre de los pájaros, me levanto, bostezo y estiro los brazos para comprobar que estoy vivo, reviso que mis viejos dolores estén en el sitio de costumbre y doy la bienvenida a nuevas dolencias con un ¡ay, ahora sí me acabé de joder! Enfrentarme al espejo es un ejercicio rutinario, cuando joven fue mi confidente y amigo, pero un día el espejo me señaló, con irónica crueldad, que empezaba a pintar algunas canas y que mi rostro adquiría carácter de señor mayor. En otras palabras: me llevó el diablo y me dejó caer.

Eduardo Toro

Después de tan dramático episodio, mi sólida amistad con el espejo, no volvió a ser cordial. Hoy me miro en el espejo con algo de rabia y lo culpo de todas mis desgracias representadas en la cabeza blanca, el rostro surcado de arrugas, los parpados caídos y muchas otras cosas que no se reflejan en el espejo, porque no es de cuerpo entero. Un día, en un ataque de impotencia, amenacé al espejo diciendo: Agradece gran pendejo que estás empotrado en la pared, de lo contrario te mandaría para el carajo.

Un día de reflexiones me sinceré ante el espejo y reconocí mis arrugas y mis canas, no como huellas de envejecimiento, sino como señales de haber vivido la vida con honestidad, con emociones y en plena libertad; en cada surco, en cada pliegue encontré un sendero que me condujo a un recuerdo. Volví a reír a carcajadas y volví a llorar recorriendo las marcas que dejaron las ausencias de mis seres queridos. Entonces son mis arrugas y mis canas, porque me han costado mi tiempo, mis dolores, mis penas y mis alegrías. Por tanto, las declaro mías y me pertenecen solo a mí; el espejo también me pertenece y empotrado a la pared se queda. ¿Para qué quiero un espejo que me engañe?

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario