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viernes, 1 de septiembre de 2023

Y sigue saliendo el sol

 Gustavo Urrego 

Porque es tocando fondo, donde uno llega a saber quien es,

 y donde empieza a pisar firme (José Luis Sampedro)

 


¡País de mierda! era su frase recurrente con los amigos, en cirugía se desbordaba escupiendo calificativos contra el gobierno, los políticos no sirven para nada, país invivible, no vale la pena, es un asco. De tanto repetirlo la rabia le apretó el corazón y la cabeza, así que buscó otros horizontes, vivir en un lugar donde los sueños sean posibles, criar hijos con futuro y olvidarse de esta horda de bárbaros.

Vámonos para Estados Unidos o al Canadá. Ya no aguanto más, le dijo a su mujer. No me gusta el frio de Canadá dijo ella. Me suena Miami o un sitio en la Florida. A mí me gusta nueva York, hay menos latinos y mejor calidad de trabajo. En Miami mi prima me puede ayudar a conseguir trabajo, necesitan enfermeras.  Y yo espero validar como médico. Empezar como general o practician y ganar créditos para el reconocimiento como especialista en cirugía oncológica.

En la embajada norteamericana en Bogotá, la cita trascurrió sin contratiempos. Motivo del viaje preguntó el funcionario consular: vamos de vacaciones, a llevar los niños a Disney dijeron, mientras el niño y la niña miraban sonrientes. Ah ¿usted es médico cirujano? dígame como se llama la cirugía en la que abren el abdomen. Una laparotomía exploradora, contestó riendo con suficiencia Eduardo. Listo buen viaje. Les sellaron los papeles y pasaron a la casilla trece.

En los días siguientes el reloj corría desbocado, ellos comprando pasajes, vendiendo la casa, el automóvil, todas las cosas servibles se pusieron en subasta. Un domingo convocaron a amigos y familiares, abrieron la puerta del garaje y vendieron a precio de ocasión los muebles de la sala, el comedor, la lavadora; las camas con los tendidos fueron a parar donde una hermana de ella. Lo demás lo regalaron. Al viaje se llevaron solo lo que les cupo en las maletas y maletines. Era un viaje sin retorno, o eso pensaban.

Con la visa de turistas llegaron a la soleada Miami un medio día de un sábado después de cuatro horas en avión. Se trasladaron a Fort Lauderdale, en compañía de la prima de ella, quien los fue a recoger con el esposo, un puertorriqueño de sonrisa fácil, que hablaba como cantando, todo el tiempo elogiaba las maravillas de Estados Unidos. Eduardo y su esposa se miraban de reojo, confirmando su buena elección. Se vive bien, hay trabajo para todos, pueden andar en la calle con cadena de oro, es un lugar seguro, decía el puertorriqueño, contándoles que llevaba más de 20 años viviendo aquí. En poco tiempo tienen sus automóviles, los arriendos son caros, es veldá, pero se gana bien. Uno aquí de mesero o lavando platos vive mejor que cualquier profesional en nuestros países. Todos reían, contentos de estar en el reino de la abundancia, un paraíso en la tierra esperando a ser vivido.

La primera semana se fue en paseos por la Florida, en Orlando no podían faltar las colas interminables en Disney World, todos se volvieron niños con Mickey Mouse y sus amigos, un cuento de hadas con castillo, desfile y luces de colores. Las fotos de recuerdo y las sodas con hamburguesa. Es el espíritu norteamericano decía Eduardo y respiraba profundo, ya sentía que pertenecía allí. En los estudios Universal recordaron los personajes de las películas. Los niños lanzaban hechizos con la varita mágica como Harry Potter, la esposa se tomó la foto con Shrek. Y él no desaprovechó para subirse a uno de los autos de Rápido y furiosos y todos jugaron a luchar contra extraterrestres con los Hombres de Negro. Era el mundo de fantasía con el que habían soñado, olvidándose de la pesadilla del país sangriento que habían dejado atrás.

Exploraron el mundo laboral. La esposa conoció otras enfermeras por medio de su prima. Los documentos fueron validados. Los exámenes aprobados, si, si gritaba ella. Mientras él buscaba un resquicio por donde entrar al universo médico. profesionalmente aquí no era nadie. Los títulos de médico y de especialista no valían nada. Y la falta del idioma no ayudaba. El poco inglés con el que leía artículos médicos era insuficiente. De nada valieron los cursos intensivos de inglés, no lograba entender lo que le decían ni contestar las preguntas.

Pasados seis meses dejaron de ser turistas. Solicitaron asilo político buscando protección del estado norteamericano, alegaron correr peligro si regresaban a Colombia y mostraron recortes de periódicos con tomas guerrilleras en Jamundí muy cerca de donde era su casa. Recibieron un estatus de protección especial por seis meses más, tiempo en el que ella logró una visa de trabajo y un puesto como enfermera en el Miami Children Hospital. Él se dedicó a estudiar ingles y hacer cursos de salud virtual, certificándose como técnico en tomar electrocardiogramas, auxiliar en codificación de cirugías, algo que pagaba bien, pero en las entrevistas la barrera fue el idioma. Optó por un trabajo de temporada en una de las bodegas de Amazon donde no era necesario hablar, solo mover cargas y organizar envíos. Allí conoció a un salvadoreño que lo llevó a trabajar a las bodegas de Waldring una cadena de farmacias, cargó medicamentos e insumos médicos, lo que lo hacía sentir mas cerca de trabajar en salud.

La protección especial se terminó y no prosperó la solicitud de asilo, deberían retornar al país o quedarse como ilegales. La esposa a través de la asociación de enfermeras logró ampliar su visa de trabajo y mas adelante la residencia lo que la ponía en camino hacia la ciudadanía. A él se le torció el camino. No aprobó los exámenes step 1 y step 2 necesarios para validar el título de médico. Se resignó a quedarse ilegal aceptando la ayuda de un enfermero cubano que le ayudó con un puesto en el Jackson Memorial Hospital como camillero. Al menos estoy adentro del hospital, decía para darse ánimo. Le faltaba poco para ser feliz.

Era día festivo y tenía turno en la noche. La esposa llegó de turno cerca de las seis de la tarde. Hoy no te puedo llevar le dijo. Vete por el camino que conoces al hospital. Sacó el automóvil de, un Ford fiesta viejo y salió a la avenida. Se detuvo en el semáforo mirando el comercio, los otros vehículos y se sintió complacido. La brisa entraba por la ventanilla, quiso colgar el codo en la ventanilla pero recordó el consejo de no parecerse a los pinches mexicanos. Un camino recto se le abría hacia adelante, lleno de verde apacible a lado y lado. De pronto una camioneta grande le pito detrás, se confundió un poco, pero lo tranquilizo saber que conducía por su derecha, luego la camioneta lo adelantó por la izquierda y se le cruzó tomando la derecha casi en sus narices. Más adelante la camioneta disminuyó la marcha lo que le dio temor a Eduardo, el camino estaba solo, aceleró y la pasó veloz. La camioneta lo siguió. Se hacía de noche, dejó de ver las luces de la camioneta y se tranquilizó, cuando de pronto sintió unos reflectores en su espalda y el chirrido de las llantas de la camioneta que lo rebasaba y se cruzaba haciendo zigzag. Intentó pasar por la izquierda y la camioneta se cruzo a la izquierda. ¿Estaba jugando con él o quería hacerle daño? Temió lo peor. No sabe como fingió hacerse a la derecha para acelerar por la izquierda y despistar a la camioneta que al intentar tomar el otro carril perdió el control y terminó volcándose. Creyó prudente seguir, pero su formación de médico lo llevó a devolverse. Un muchacho de unos veinte años recostado sobre el volante, sangraba por un costado de la cabeza. Lo ayudó a salir del vehículo y lo recostó sobre el pasto para valorar las heridas, en eso estaba cuando llegó la patrulla. Los agentes, le preguntaban en inglés y él trató de explicar. El muchacho algo les dijo por lo que le pidieron la licencia de conducción. Fue detenido por indocumentado, acusado de lesiones personales. Lo llevaron al centro de inmigración donde permaneció tres días. Solo al cabo de los cuales se comunicó con la esposa que le llevó ropa y elementos de aseo; tras un corto proceso, sin derecho a apelación, fue deportado a Colombia. Lo dejaron despedirse de la esposa y sus hijos. Ella decidió quedarse, era lo mejor para los niños.

En el avión de regreso el tiempo se detuvo, se sentía metido en un envase de lata, perdido entre la nada. No abrió los ojos hasta que fue necesario bajar del avión, como un autómata.  Se dejó saludar de abrazo por su hermano, que fue a recogerlo. Las palabras de aliento, le sonaban huecas, sin sentido.

Se encerró en un cuarto de la casa del hermano, no volvió a hablar. La comida la recogían como la servían. No aceptaba visita de ninguno de sus amigos. La mayor parte del tiempo estaba con los ojos cerrados, cuando no, con la mirada fija en el suelo. Sentado en la cama se pasaba el dedo índice derecho, por ambos lados del cuello. Un corte limpio y ya está, se decía. Ensayaba su muerte como echándose la bendición.

Lo internaron en un hospital psiquiátrico, los medicamentos no surtieron efecto y fue necesario aplicarle electrochoques, después de seis habló: no quiero más corrientazos dijo.  Hablaba de él como si estuviera muerto: ya perdí mi oportunidad. Tuve una bonita familia. Las terapias ocupacionales, las citas con sicóloga y con el siquiatra le ayudaron a reconstruirse y en dos meses estaba de nuevo en casa del hermano. Al ver un periódico se enteró de nuevas masacres, asesinatos de líderes sociales, paros armados, escándalos de corrupción. Le pareció que decían lo mismo de cuando decidió irse.

Acompáñame a una cirugía, le dijo un amigo que lo fue a visitar. No se si pueda volver a cirugía dijo intranquilo, pero me gustaría.

En la clínica se estremeció vestido con pijama de cirujano y le tembló la mano cuando le pasaron el bisturí.

 

 


 

 

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