Silvia Martínez R
Viajar en la década
del 70 a los territorios apartados era cuestión de días, de paciencia y no
desesperarse; para los desplazamientos aéreos se compraba el pasaje de ida, el de
regreso solo se podía adquirir en el destino; comunicarse vía telefónica era
una labor titánica.
Transcurría
marzo de 1979 y viajo con el jefe, Don GG a Tumaco. Sentíamos algo de
intranquilidad, la única aerolínea que operaba no tenía mayor confiabilidad, la
localidad vivía una situación complicada, el 75 % de la población carecía de
agua potable, el 95% no tenía alcantarillado, las condiciones de salubridad eran
deficientes y la energía la cortaban de ocho de la noche a seis de la mañana.
Estando en el
aeropuerto, digo en broma a Don GG: venden seguros de vuelo, ¿será que
compramos? ¿Es que usted cree que no vamos a regresar? Estábamos sentados cerca
al padre de un gran amigo y cuando escuchó, se acerca y dice:
-
¿Qué le pasa al Señor?
-
Nada, está asustado, le tiene terror al avión, vamos para Tumaco.
Después de
hora y media de un vuelo con turbulencias moderadas, le digo a GG: Veo cerca
los árboles, vamos a aterrizar y a los segundos el avión vuelve a elevarse,
divisamos la Playa del Morro, la belleza del mar y algo de su exuberante
vegetación. El avión tuvo que dar una vuelta porque se habían atravesado unas
vacas en la pista.
Nos
registramos en un hotel muy sencillo, habitación y cama pequeñas, un ventilador,
baño con su toalla y un jabón, mesa de noche con Biblia.
Salimos para
la oficina, caminar la arena me dificultaba avanzar, se enterraba el tacón, no
tenía estabilidad, no tuve la precaución de averiguar con antelación las
condiciones de la localidad.
Estuvimos trabajando
unas horas, recuerdo que el archivo y almacén estaba invadido de ratas, había huecos y se
metían por las canaletas, animales detestables que se paseaban como Pedro por su
casa. Cuando debía pasar a los baños ubicados
junto al almacén, sentía pánico, utilizaba el mínimo de tiempo posible.
Al día siguiente
revisamos las cifras de la oficina, estado de resultados, condiciones locativas,
funcionamiento operativo y comercial, la situación de los empleados, al igual
que las oportunidades de mejora en los diferentes aspectos.
Durante
nuestra estadía pudimos disfrutar la exquisita comida: encocado de camarón, cazuela
de mariscos, tostadas de plátano, pescado frito y cocadas; recorrimos las
calles, observamos el océano, los manglares que forman bosques, los cultivos de
cacao, de tagua o nuez de marfil, de palma africana, los esteros, donde se mezcla el agua dulce de
los ríos con la salada del mar, las islas de La Viciosa y El Morro, los
acantilados bajos y las planicies lluviosas con selva húmeda tropical habitada
por gente alegre, simpática, bulliciosa, bailarina y apasionada del fútbol.
Pudimos
conocer las brechas existentes con otras ciudades del país, las deficientes
condiciones de vida, el aislamiento geográfico y la ausencia del Estado. Gran
parte de la población vivía en casas destartaladas, elevadas a la orilla del
mar sobre estacas de madera, paredes de tabla, techos de asbesto, cubiertas de
moho, en extrema pobreza, desempleo e informalidad elevado, un alto número de
embarazos a temprana edad, el 90% de las mujeres era madre entre los 15 y 20
años, les había llegada la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad.
Don GG me
pregunta si salimos a pescar a las tres de la mañana con el padre de Ana, (una
señora que trabajaba en Cali), le digo que no, me muero de susto que vaya él. Muy
fastidiado y dolido me dijo que yo había acabado con su ilusión, tampoco iría.
Esa noche no
pude conciliar el sueño, permanecí inmóvil y muerta del susto porque dos ratas se
pasearon por las cunetas de aluminio que rodeaban los ángulos de las paredes de
la habitación, perdí toda mi energía y mi sentí infeliz.
Al día
siguiente al no poder conseguir tiquetes de regreso, tuvimos que viajar a Pasto
en horas de la noche en un Renault 4, teníamos mucho susto porque las vías
estaban abandonadas y deterioradas, eran estrechas, en algunos tramos sólo
había un carril y los despeñaderos abundaban, la oscuridad a ratos me llevaba a
pensar que estaba en la boca del lobo, sentía terror a que el chofer se fuera a
dormir.
Escuchamos
música durante todo el recorrido Don GG quiso comprar una caneca para el viaje,
me tomé un traguito y él no pasó de tres, para el miedo. De repente sentí su
mano en mi muslo, tenía vestido corto y de pronto se me había subido, en voz
baja a su oído le dije:
-
Gran hijueputa don GG, usted podrá ser mi jefe, pero a mí me respeta, lo
vuelve a hacer y le armo un tierrero”.
Se hizo el
borracho, abrió la puerta en movimiento, como si se fuera a bajar. Se sintió
mal y arrepentido, fue una reacción demente, lo regañé, reaccionó y volvió a su
estado normal.
Después al
pasar por la nariz del diablo, el tramo más peligroso de la vía, nos bajamos a
prender velas y rezar. Recuerdo que se habían detenido varios vehículos, sus
choferes realizaban el mismo ritual con enorme devoción. Era un paso obligado
para orar y pedir llegar al destino en buenas condiciones.
Al amanecer el
chofer realizó una parada en Túquerres, a 72 kilómetros de Pasto, con una
altitud de 3104 metros sobre el nivel del mar, estuve a punto de congelarme, me
tomé un café hirviendo para pasar el frío con tan mala suerte que me quemé.
Logramos
llegar como a las siete al aeropuerto Antonio Nariño de Pasto para tomar el
vuelo a Cali. Como estaba con un vestido de clima caliente y con sandalias, me
puse un periódico alrededor del cuerpo, como si fuera una ruana. El día estaba
nublado, después de dos horas anunciaron que se cancelaban los vuelos por mal
tiempo, lo que nos obligó a realizar el viaje por tierra.
A Cali
llegamos a las seis de la tarde, finalizando un viaje cargado de anécdotas y
adversidades.
En los demás
viajes a Tumaco disfruté mucho, aprendí a conocer y querer su gente, admirar su
sencilla y tranquila forma de enfrentar el día a día, su resignación y
mansedumbre ante los infortunios, a saborear su exquisita y variada comida,
recordando en mi paladar los sabores del tapao de pescado, pusandao, ceviche de
concha y arroz atollado.
Recordé que
Noches de Bocagrande, compuesta por Faustino Arias Reinel, nacido en Santa
María de Barbacoas, es la canción que más le ha llegado al alma a los
tumaqueños, un tema que les sirvió para enamorar y expresar su sentimiento de
pasión y de entrega total.