Vistas de página en total

lunes, 9 de noviembre de 2009

El corazón partío

Un cuento de Clara López de Medina
(Palabras Mayores, Bogotá)


Estoy sentada en un pequeño  restaurante, tomándome un delicioso café y además oyendo jazz, porque se acerca el Festival Internacional y la gente está entrando en onda.
  Me gusta mirar rostros y hacerme una película con cada uno.
  Algunos están  solos como yo y también les debe gustar el café que se toma en Andes y la música que siempre hay. Las mesas con manteles de cuadritos azules, verdes, rojos le dan un ambiente encantador. La luz es baja, pero se ve el entorno. La lámpara que cuelga del techo es de bronce, tiene polvo, me parece que le da un toque especial.
  Me encanta ir allí. A mi familia el jazz no le gusta. No saben de lo que se pierden…
  Sigo mirando sin detenerme en alguien especial… de pronto hay una cara que me parece conocida, pero no recuerdo ni su nombre, ni en donde la vi. Para ella tampoco soy desconocida me vuelve a mirar y con alegría dice:
 –Clemencia, que gusto verte, hacía tiempo no te veía. Humm, no te acuerdas de mi, soy Catalina Nieto de la Universidad.
  Ahora empiezo a recordar…Clara, le decíamos Cata y era la más popular por su inteligencia y belleza.
  La vuelvo a mirar. Está demacrada… Cómo está de pálida, el pelo lo tiene cogido por una bamba, sin ninguna coquetería, los ojos la mirada son tristes, la blusa se ve de buena calidad, pero le queda grande, la voluptuosidad de cuando estudiábamos desapareció, el pantalón negro cubre sus huesos, en general se ve que ha bajado de peso.
  Se ve tan triste. Se sienta en mi mesa y…
 –Qué ha sido de tu vida –me pregunta.
   Cuando voy a responder la verdad no me da la oportunidad de hablar. Cata continúa: yo como ves, no hago nada, vegeto. Me enamoré hace más de 20 años de un amor imposible. Ya he perdido hasta la paz. No quiero salir, ni arreglarme, nada me interesa. Además, vivo sola. Mis papás murieron y mi hermana  está felizmente casada con un hombre que la adora.
  Vuelvo a mirarla, siempre  ha tenido todo para ser feliz. Inteligencia, posición, dinero, belleza, simpatía y se ve tan desvalida y efectivamente tan triste.
El tiempo corre y tengo obligaciones que cumplir.
  Catalina sigue ahí mirando la taza vacía de café y jugando con la cuchara. No tiene prisa. Se estruja los dedos y noto que las uñas las  tiene comidas. Llamo al mesero y en ese lapso de tiempo Cata no pronuncia palabra, sigue mirando la taza, la cuchara, el sobre del azúcar, el cuadrito del mantel. Mira todo, pero la verdad, creo que no mira nada. Llega la cuenta y ella…parece no darse por enterada. Pago y me dispongo a salir.
  Me duele dejarla.
  Nos intercambiamos teléfonos con la promesa de volvernos a ver.
  Corro el asiento para levantarme de la mesa y veo que Cata empieza a llorar.
 –Por favor Clemencia, hablemos nuevamente. Aunque no lo creas no tengo amigas ni amigos, estoy tan sola y me gustó hablar contigo, me dice. Hoy es martes, que tal si  nos  hablamos el jueves y nos vemos.
 –Es una promesa Cata. Nos vemos.
  Me fui rápidamente y alcancé a ver que mi amiga salía. Se echaba la cartera al hombro y empezaba a caminar, mirando el suelo, patiando nada y sin rumbo fijo aparente.
  Mi vida siguió con mis quehaceres cotidianos, pero me propuse llamar a Cata, para conversar un rato y que ella pudiera tener un hombro donde llorar.
La llamé y una voz seca, fría en el contestador dijo… deje su mensaje. Sí, lo voy a dejar pensé.
 –Hola te habla Clemencia, por favor devuelve…aló, aló, no cuelgues, lo que pasa es que no quiero contestar, pero bueno qué hay de ti, cómo te acabó de ir, me dice con voz un poco gangosa.
 –Bien, bien, pero tu cómo estas, qué tal el ánimo?
 –Mal, creo que peor.
 –Si quieres te sirvo de doctora corazón.
 –Sabes que sí. Porque no vienes a mi casa, te invito a tomar café. Te acuerdas de la casa de mis papás, ahí sigo viviendo.
 –Bueno, te llego a las 3. Le dije al instante.
  Una vez colgué el teléfono, me quedé pensando en las vueltas de la vida y de cual podría ser su amor, el que no la dejó formar una familia. De la U. no creo, todos se morían por salir con  Cata. Quien sabe de donde o en donde se lo levantó. Pero bueno, lo de menos era saber su nombre, lo de más, era ayudarle a salir de esa tremenda situación.
  El tiempo pasa y hoy voy a saber del amor imposible de Cata.
  Llegué a las 3 y 10  y sí era la casa, pero tenía el jardín descuidado, había papeles, polvo, tierra esparcida, era el abandono. El ambiente parecía ser el reflejo de  su dueña. Miré hacia la ventana y ahí estaba esperándome.
La verdad me dio mucha alegría verla.
  Luego, ella misma me abrió la puerta. Tenía la sudadera azul, la cara lavada, tenis sucios y viejos, el pelo sucio cogido con la misma bamba, en verdad su aspecto era lamentable.
 –Te estaba esperando, en el fondo pensé que de golpe no vendrías, ya no soy una triunfadora, el dinero ya no es… digamos tan fluído, en fin el desastre. Dijo abrazándome.
 –A mi también me da gusto verte.
 –No me digas que vives sola en éste caserón.
 –Sí, te acuerdas de Emelina, que cocinaba delicioso?
 –Claro y qué se hizo.
 –La llevé el mes pasado a un ancianato, eso quiere decir que desde hace un mes estoy absolutamente sola en mi corazón.
  Miré todo y claro era la casa elegante que había conocido 20 años atrás, pero descuidada, abandonada. Sentí emoción, recordé nuestros trabajos de la U. en la biblioteca, que olía a cedro, a madera de los estantes. Pasé de lago y de reojo vi arrumes de libros en el piso. Los jarrones orgullo de la mamá de Cata, estaban llenos de nicotina, era realmente nauseabundo.
 –No te preocupes, Rosa nos va servir un delicioso café, me la consiguió mi hermana hace 2 días. Siempre me hace falta alguien.
 –Bueno, al menos no estas sola en éste caserón.
  Nos sentamos. Hablamos de mis hijos, mi esposo, mis actividades. Sentí que mi conversación no tenía el menor interés para Cata.
Pensé que no había llegado allí para hablar de mi y de mi entorno. Lo importante era Cata así que…
 –Cuéntame de ti, qué has hecho en estos años.
 –La verdad no mucho. Como te había dicho me desconecté de todo el mundo. Mi hermana, no se si te acuerdas de ella, éramos inseparables, se casó, tiene 3 hermosos demonios, los quiero mucho, pero la veo muy poco. Pero sabes , no hablemos de ellos. A ti te lo puedo contar, tengo un amor imposible que no ha dejado que haga vida con alguien.
 –Bueno y por qué es imposible.
 –Porque es un hombre casado y yo aún respeto esas normas y los valores que nos fueron inculcados y de los que no me voy a salir.
 –El lo sabe? –Pregunto con curiosidad–. ¿Era de la U. o del trabajo?  Alguien hace años me contó que estabas en una Multinacional, o…
 –Él, Juan Martínez, no se si lo sabe, pero eso no importa. Es alto… –y empieza a soñar, cierra los ojos, se humedece los labios y continúa–, tiene ojos ensoñadores, cejas pobladas, una sonrisa  encantadora, es fino, elegante, en fin, el hombre ideal.
  Humm, pienso, lo que tiene es una obsesión por ese hombre.
 –Por qué no sales con amigos?
 –No, Juan Martínez es el único que cuenta en mi vida. Siento su presencia y el olor de su loción y vivo pendiente de cuanto hace, en fin…
  Sigue hablando, nadie la detiene. Ese hombre ideal está ahí, presente en su pensamiento. Sigue hablando como si estuviera sola… es guapo, por Dios que sonrisa, que brillo en los ojos. Es un triunfador y muy atractivo, le gusta a todas las mujeres.
  Sigue y sigue hablando de sus bondades, de su éxito, en fin de la perfección.
Rosa nos trae el café recalentado y las galletas viejas. Cata dijo que era buena empleada, pero bueno…
  Sigue y sigue hablando de Juan Martínez…
  Miro el reloj y ya son las 7.
 –Tengo que dejarte Cata, me alegró haber venido a tu casa. Siempre las penas compartidas son más llevaderas. Me gustaría que fueras a la mía, para que conocieras a mi esposo, es un hombre maravilloso que amo y me ama, que me quiere y a mis hijos que fíjate, salieron bien juiciosos.
 –Claro –me dijo con cierto desgano–, nos hablamos.
  Salí de ahí con el corazón arrugado. Mi amiga era obsesiva. Además, estaba deprimida y los depresivos pueden tomar decisiones que suelen ser drásticas. Cómo poder ayudarla. No se me ocurría.
  Pasaron 3 días y estaba almorzando con mi familia, cuando…
Ring,ring,ring.
 –Ese teléfono ya no deja ni comer –dijo mi esposo con molestia.
 –Deja yo contesto, puede ser que nos ganamos la lotería –le respondí.
 –Aló, sí, hola Cata, no te preocupes, ya estamos terminando. Sí , será un gusto, hace tanto que no la veo. Bien  a las 4, mañana. Chao.
 –¿Era tu amiga la loca? –preguntó mi esposo con cierta sorna.
 –Sí era mi amiga y no es loca. Quiere que vaya a su casa a tomar onces y que va a ir su hermana. Hace tantos años que no veo a Cristina.
 –Que te vaya bien y espero que ésta situación tan compleja no te afecte –sentenció mi esposo con voz grave.
  Reí, al menos se preocupa por mi, pensé.
  El día de la reunión de Cata, tuve un día especialmente complicado. Pero llegué a las 4.
 –¿Ya llegó tu hermana? –pregunté al no ver a nadie más.
 –No, se le hizo un poco tarde. Llamó, no se que le pasó, ya llegará.
  Cata estaba espléndida. Había ido a la peluquería, tenía un vestido amarillo muy lindo, joyas, en fin, me alegró que la presencia de la hermana la animara tanto.
 –Dame un vino mientras tanto  –dije–, nos vamos ambientando, mientras llega tu hermana.
  Y me senté cómoda en el sofá.
  Ya íbamos a empezar a hablar y como por variar de Juan Martínez, cuando sonó el timbre.
 –Llegó –dijo Cata.
  Yo también me puse de pie y la acompañé a la puerta.
  En cuanto vi a Cristina me acordé de ella en la U. Estaba igual o más bonita que en esa época. Se veía, feliz, plena, plácida.
 –Clemencia –me dijo–, qué alegría verte, han pasado tantos años, tenemos mucho de qué hablar. Se me hizo tarde porque vine con toda mi tribu.
Y tomando de la mano al hombre que estaba a su lado dijo:
 –Te presento a mi esposo, Juan Martínez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario