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lunes, 5 de marzo de 2012

El perdón

Eliseo Cuadrado

A pesar de la promoción nacional y mundial, casi nadie es capaz de perdonar de forma sincera, total y definitiva. Tendencia que nos ha llegado inalterada desde los tiempos totémicos. Mucho antes que Abraham saliera de Ur de Caldea con unos, y que Moisés regresara desde Egipto con otros. Quien sea capaz de poner la otra mejilla, debe estar actuando en un set de cine con un guión y un director, quien le puede hacer repetir la escena hasta quedar satisfecho. El segundo bofetón es evidente para toda clase de público.

La elucubración de la venganza es uno de los placeres escondidos que interfiere con la intención de conceder el indulto, de conciliar el sueño, e inducir el despertar con pesadillas a las tres o cuatro de la madrugada. Estadísticamente siempre se le va la mano a quien la ejecuta. Llegando así al peor estado emocional: el arrepentimiento con culpa incluida.

El arrepentimiento es un acto personal, secreto e inevitable. A nadie le importa que usted se arrepienta. Por lo cual no debe mencionar su capacidad catártica, ni siquiera al perjudicado. Porque lo más probable es que sea el primer sorprendido, al no recordar la ofensa. Y pasa usted de héroe anónimo a estúpido público.

La culpa es la sensación que más incapacita al alma. La que más lacera. La que produce con más frecuencia la sensación de respirar sentado en el fondo de una piscina llena. De ver sombras que pasan. De sentir que el corazón toca las costillas cada vez que se dilata para tomar impulso. Le encimo un consejo: cuando se sienta culpable analice la situación a ver si el motivo es real o imaginario. No se sorprenda al llegar a la misma conclusión de anoche: la causa de su culpa no existe.

En realidad sucede que mientras le hace efecto el valium, pasa usted por la fase de hiperideación. Es decir, comienza a vivir su vida al revés, hacia atrás, como devolviendo el video. Como si naciera de noventa años y empezara a rejuvenecer a medida que pasa el tiempo, hasta el momento de su nacimiento en que siente el primer dolor cuando infla sus pulmones después de la nalgada. Ha entrado al submundo del pasado. Como “manejando” un carrito de balines montaña abajo, de espaldas, sin espejo retrovisor, pero siempre por el centro de la calzada cubierta por la neblina, con el temor constante de escuchar el pito de una tractomula vacía, a cien kilómetros por hora.

Aquí se despertará usted y quedará sentado de un salto olímpico en la cama doble. Despertará también su mujer quien lo sacudirá.

-¡Papi!,¡Papi!, está temblando.

Amanecerá a la misma hora de siempre. Mientras desayunan en silencio usted tomará la palabra para decir: acepto. Debemos separar las camas. Lo que querrá decir que cederán la cama grande como cuota inicial de dos camas angostas. La separación necesaria son dos centímetros que permiten entrelazar sus dedos mientras se duermen. Y suficiente para que usted salte durante sus pesadillas lejos de la cama de al lado sin transferencia sísmica.

El concepto de ofensa es tan personal, que la gente siente el agravio sin que el supuesto ofensor lo sepa, porque la interpretación es un prisma que descompone las acciones humanas en todo su espectro. Desde lo mejor, hasta lo peor. La víctima empieza a esconderse del supuesto mal amigo sin explicarse el origen de tan extraño comportamiento. Es una actitud normal hasta los doce años cuando empiezan a aparecer silenciosamente los primeros espermatozoides, completamente ajenos al problema. Quien se siga ofendiendo sin motivo, después de traspasar este umbral, experimenta una regresión juvenil en millonésimas de segundos, antes de sentir la tentación de perdonar. O tratar de perdonar. Es el estado de gestación paranoica. Le escuché a un psiquiatra.

Sentirse culpable es otro poderoso placer solitario; es masoquismo puro. Perdonar es humano, olvidar es cosa lenta, con esperanza de condenado a muerte. Es decir, para perdonar de veras se debe tener el mismo entrenamiento necesario para olvidar, como cualquier atleta. El proceso se llama desapego, durante el cual usted perdona mientras olvida. Termina cuando recuerda el agravio y no se siente ofendido. Es decir, acaba de perdonar sin darse cuenta, sin haber sido pendejo. Perdonar es inevitable después de cierto tiempo, solo tiene que esperar hasta entrar al paraíso de la amnesia que acompaña la demencia senil. Es la parte buena de vivir lo suficiente o demasiado.

-“Pásame un mensaje que no encuentro el celular”. Puede ser un síntoma inicial elegantísimo. Con tecnología de punta. Un día su hija mayor casada, separada y de vuelta de regreso con otro nieto, lo sorprende pegando en la puerta de la caja fuerte, una hoja de papel con la clave.

-Mija la última vez no la pude abrir. Tuve que enviar por el gamín del semáforo.

Nunca la había escuchado reír con tanto entusiasmo.

No se preocupe que lo vayan a olvidar. Su olvido total lo curará de todo. No le tenga miedo. El problema es para los demás. No se dará cuenta que está padeciendo la enfermedad que lo cura todo. Todos perdonaremos sin darnos cuenta cuando llegue el momento. Antes, es difícil o imposible. Perdonar es un verbo teórico. De poco peso, polisémico y metafórico, inane e implícito. Usted puede perdonar sin mencionarlo. Es un filtro que deja pasar solamente lo que escoja como ofensa. Es un fenómeno teflónico. Lo que no le ofende resbala.

Usted los ha escuchado en la Duma, en la Asamblea, en el Congreso, en el Senado, decirse hasta de qué van a morir, en qué infierno van a terminar y al final de la sesión salir abrazados a tomar tinto y decirse: ala, no te molestés, yo pago la embolada.

Perdonar automáticamente es elegante y civilizado. Nada de golpes. Cero estrés. Sea escandinavo tanto en público como en privado. Ala, chico, compañero, camarada, oye tú, tranquilízate, mira que se nos daña el quórum.






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