Vistas de página en total

lunes, 5 de marzo de 2012

El vendedor de silencio


Eliseo Cuadrado

Se ganaba la vida con el invento de  cosas que  mismo comercializaba. Por ejemplo en ese momento perfeccionaba una máquina que según sus cálculos le daría mucho dinero, al utilizar como materia prima los recién llegados discos de vinilo, conocidos también como “pastas” de cuarenta y cinco revoluciones por minuto.
La idea se le ocurrió cuando tomaba unas cervezas con los amigos del sábado, mientras el traganíquel azotaba el ámbito de la cantina con sinnúmero de rancheras que impedían escuchar lo que platicaban, obligándolos a comunicarse por la lectura de los labios.

La grabación se produce en el Estudio, cuando la aguja cava un surco que varía en anchura y profundidad tan pronto el sonido la estimula por un sistema de amplificación. Es decir que las ondas sonoras la hacen vibrar proporcionalmente a la altura de la escala musical y a la potencia de las mismas. El sonido puede provenir de un instrumento o de la voz humana.

Para reproducir el sonido la aguja vibra de acuerdo con la forma del surco, en sentido lateral, en profundidad o una combinación de ambos. En realidad son microsurcos con sinuosidades de fracciones de milímetros.

El invento consistió en bloquear la aguja para evitar la vibración de manera que al mantenerse inmóvil destruyera las sinuosidades impresas por la música en el momento de la grabación. En otras palabras el surco sinuoso quedaba convertido en un canal rectilíneo por donde discurre inmóvil y silenciosa la punta de la aguja. El resultado era la emisión de un dulce susurro erótico que entusiasmaba a todos.

Al comprobar que el invento era un éxito, se lo llevó al cantinero, quien había empezado a quedarse sordo por el ruido y le explicó que cuando quisiera tres minutos de silencio colocara el disco de surcos aplanados en la wurlitzer asegurándole que no sonaría. Y así sucedió.

Después de llegar a un arreglo económico favorable el tabernero exigió que le explicara cómo lo había hecho.

-Le alisé los microsurcos del disco con una máquina de mi invención.

-¿Los microqué?

-Un día de estos te cuento, le respondió el inventor mientras atravesaba la calle en busca de la próxima cantina.



















No hay comentarios:

Publicar un comentario