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lunes, 30 de noviembre de 2015

Soy un asesino con razón

 Eliseo Cuadrado
        Nunca se llamaba a lista porque eran tan pocos que con una mirada alrededor se sabía quién faltaba. No había quórum por estar ausente quien siempre llegaba retrasado. La sesión era especial porque se trataba de reconciliar a un par de socios que en cierta ocasión fueron grandes amigos y ahora se odiaban. Uno de ellos no había llegado.        Un tercero, se ofreció a servir de intermediario. Era cuestión de ponerse de pié en medio y acercarles la mano mientras esbozaba una sonrisa. Se habían tomado tres tintos y los temas improvisados se agotaron. Él, no aparecía. La puerta estaba cerrada para favorecer la atmósfera de aire acondicionado. Todos enmudecieron cuando escucharon los pasos lentos, bien marcados, retumbantes del ausente.


          Frente al Presidente de la pequeña Junta Directiva se conservaba una silla vacía que acostumbraba ocupar quien estaba por llegar. El pomo giró y al abrirse la puerta entró Juan Manuel seguido por una   nube de su inconfundible agua de colonia.
               No saludó. Solo se ocupó de acomodar la silla en que se iba a sentar y sacó de su axila una revista que evidentemente envolvía algo. Seguía ajeno al tema que se analizaba. Unos minutos después desenvolvió el paquete, que  contenía una pistola semiautomática y de inmediato la descargó en el colega que tenía enfrente. Después se acercó al caído, bocabajo y lo ultimó con la bala que quedaba en la recámara.
          Estaban petrificados en sus sillas, lo que aprovechó el atacante para salir como había llegado. Bajó las gradas al primer piso, ganó el andén, se dirigió con su paso marcial al CAI de la esquina y le dijo al uniformado de turno: “Vengo a entregarme. Acabo de matar con esta pistola a quien me traicionaba”.  
           -Es increíble. Usted no es capaz de semejante barbaridad.
       -Llame a quien le corresponda y le apuntó con el arma sin balas. 
     El agente llamó de inmediato al encargado de las judicializaciones quien encontró a Juan Manuel sentado en el butaco disponible mirando al piso, apoyándose en la pierna derecha con el codo del mismo lado.
          -¡Doctor Iriarte! ¿Qué hace usted aquí?  
          Sin decir palabra, con su acostumbrada parsimonia deslizó el arma de la mano derecha a la izquierda . Después de sostenerla por el cañón se la acercó al agente. Sin mirarlo le dijo no tiene balas. Se las acabo de disparar al corazón de mi peor amigo. De quien sedujo a mi mujer durante años mientras yo apenas sospechaba.
          -¡Esto es increíble!
          -Jamás he mentido. Usted me conoce. Tengo pruebas que soy un asesino con razón.
      -Mire hacia allá. El bulto que están introduciendo en esa ambulancia es su cadáver. Pierde su tiempo acercándose. Deténgame sin esposarme. Es suficiente que me tome amigablemente por el brazo. Tomemos un taxi para trasladarnos a la cárcel. Soy tan culpable que un abogado de oficio cualquiera me sirve. Seis testigos presenciales facilitarán el proceso.                                    
            Las dos familias habían sido vecinas  toda la vida sin tener grados de consanguinidad y los dos varones mayores frecuentaron el mismo colegio y Universidad. Estudiaron la misma profesión pero siguieron  diferentes especialidades.
         José Iriarte fue siempre díscolo, paranoico  y problemático tanto en el vecindario como en los estudios. Siempre estaba de mal genio pero obtenía buenas notas.
         A quien llevaban en esos momentos para la morgue fue en vida todo lo contrario. Nunca pudieron ser amigos de verdad aunque seguían siendo vecinos. Su relación fue intermitente.
         Se casaron y ambos regresaron a vivir con sus familias, de manera que volvieron a ser vecinos. José empezó a sentir celos. Al principio solo le hizo reclamos a su mujer, pero con el tiempo la empezó a maltratar. Aparentemente las relaciones eran normales hasta cuando no pudieron ocultar la intolerancia intrafamiliar.   

            Una madrugada, al regresar de una fiesta en la que todos se habían divertido  José le dio una trompada al otro al tiempo que le gritaba “¡Si sigues tratando de seducir a mi mujer, te mato!”.

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