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miércoles, 31 de agosto de 2022

Gris el tuerto

 Jorge Enrique Villegas M.

           Soñaba que viajaba al norte, al país de Elvis, de los autos bonitos y las mujeres bellas, que hacía fortuna y alcanzaba logros que le envidiaban.

    Unas veces se vio atravesando los mares del norte venciendo el frío tras meses de cursar los polos. Otras, agobiado por el calor, transitaba el caribe, superaba tornados, ciclones y huracanes. Llegó a ser el mejor capitán  de navío de su tiempo, por eso no extrañaba que  lo invitaran de universidades navales a dar charlas sobre los peligros y cuidados en el mar.

            Lo despertaban a gritos de reclamos, empujones o, en situaciones extremas, por el agua que le arrojaban. “Deja de soñar. Pon los pies en la tierra. No juegues con la lonchera”—le decían—. No negaba que sus compañeros tenían razón.

           Aprendió a reconocer en los cielos las constelaciones, la presencia de la estrella del sur y la del norte.

Los bereberes le enseñaron cómo guiarse por los desiertos, se probó en Namibia . Se sintió satisfecho cuando salió triunfante de su paso por el Himalaya.         

           Se vio surcando cielos sin límites, más allá de lo logrado por los Sputniks o por los Armtrongs. Sabía que le reconocían su audacia y valentía, por eso le encargaron la misión Kamikase: dirigió el avión mar adentro a la caza del imaginado barco. Buscó en el radar mientras zigzagueaba para escapar de las balas de la defensa enemiga, mas no pudo evitar que una de ellas astillara el parabrisas del aparato y que una de las esquirlas le rompiera los lentes y se le encajara en su ojo derecho. Bramó del dolor, soltó la máquina y maldijo el momento. Los compañeros de trabajo le socorrieron. “Te lo habíamos dicho”—le reprocharon—. El extremo de un alambre que manipulaba con un taladro le dejó la cuenca vacía.

           Aunque lo averiguó no supo su nombre. Lo conoció como “gris el tuerto”. A sus compañeros le repetía: no olviden La vida es sueño como lo dijo Calderón. Soñaba aún en labores que le exigían concentración. Trabajaba en un instituto de metalurgia. Era experto en transformación y aplicación de materiales y estudioso del arte de la soldadura. En casa vivía con un gato de pelaje gris. Era también su nombre.

Después del accidente no volvió a reír. Recuperado, pidió que le dejaran trabajar en las noches. Se acostumbró a los colores de la oscuridad. Quienes lo conocían olvidaron pronto su nombre por llamarlo “el tuerto”, “gris el tuerto”. Se tornó taciturno y nunca más aceptó invitaciones a eventos sociales.

Una mañana al regresar a casa observó a Gris. El gato sangraba por el ojo izquierdo.

—Estamos hechos. Gris, ¿qué te pasó? ¿Valió la pena?  Deja ver.

Intentó ayudarlo, más el gato huyó. Ocho días después regresó. El ojo cerrado.

—Lo entiendo. Te has de sentir mal.

—Gracias por entenderlo—respondió.

—¿Fuiste tú?

—¿Hay alguien más?

—No puede ser—comenzó a reír a carcajadas—. Tú—lo señalaba—y volvía a reír.

—¿Qué tiene de extraordinario? ¿Acaso me oíste maullar una y otra vez cuando por primera vez escuché lo que pensabas? Vamos. Compórtate.

—Pero Gris, ¿no comprendes?

—¿Por qué lo dices? Soy yo quien se descubre.

—Vamos, siéntate. ¿Leche o ron? Tenemos mucho por hablar.

 

          Desde ese acontecimiento, gris el tuerto llevó a Gris al lugar del trabajo en un bolso. Lo dejaba merodear por el lugar y conversaban sobre los encargos que debía realizar. Ahora las labores le rendían más y Gris observaba lo que hacía. De cuando en cuando le decía: “permíteme decirte algo: mi inteligencia gatuna me indica que es mejor hacerlo así”. O ,“si unes esto con eso, el resultado será”, o, “prueba esta combinación”.

Los resultados fueron buenos, mejor de lo que venían haciendo: los pedidos aumentaron, las ganancias también. A gris el tuerto lo recompensaron: lo ascendieron a supervisor de productos terminados. Cuando se lo comunicaron, dijo: pido dos cosas: sigo trabajando en las noches y deseo mantener la compañía de mi gato.

           En casa se oía:

—Gris, sardina o atún.

—¿Huevos?

—¿Pollo?  

1 comentario:

  1. El relato impacta, conmueve. Tiene fuerza en el ritmo y es coherente en la narración de los hechos. Me fascinó la unión (no encontré término apropiado) fantasía-realidad y luego el desenlace feliz de la locura. Mis respetos.

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