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miércoles, 31 de agosto de 2022

Maestros de luz

 Jesús Rico Velasco

Universidad Nacional de Colombia 1962-1965

      El sol de la mañana brillaba sobre el césped de la ciudad universitaria alegraba la vida al calentar un poco el cuerpo en ese frío bogotano sabanero. Un cielo azul despejado presagiaba un primer día de clases alegre para esa promoción de sociólogos empezando su carrera. Eran las siete de la mañana cuando el  troley me dejó cerca de la puerta de entrada por la calle 26. Había regresado de Cali a la pensión Augusta en donde pasé un mes. La pensión quedaba en el centro, alejada de la Universidad y me daba la oportunidad de conocer las calles, avenidas, puntos de referencia y ubicar mi anatomía de caleño recién llegado a la capital del país.

 Al entrar se observaban varios grupos de estudiantes conversando en forma amena, y alegre mostrando  el privilegio de pertenecer a esa juventud de colombianos provenientes  de diversas regiones del país. Se distinguían los costeños por su manera de hablar en voz alta y grave. Los bogotanos o rolos  por su decencia y elegancia, los habitantes del altiplano cundiboyacense se distinguían por llevar trajes  de colores oscuros como azul turquí y  paño negro con corbata. Los vallunos, muy pocos por cierto, un poco descoloridos, y un número muy reducido de estudiantes del sur del país como caucanos y pastusos. Uno que otro santandereano recién llegado con voz de berraco que  sonaba duro. La platea de la cafetería central era un punto de encuentro   apropiado y muy cercano a algunas ventas callejeras  para comprar  empanadas, que después apodábamos “las violentas”,   por el estupendo ají picante  elaborado con cilantro picado, tomate, que dejaban  un sabor   agridulce exquisito en el paladar. El famoso tinto, los chorizos, y otras fritangas ubicadas en la acera por fuera del cerco alambrado que marcaba el limite universitario.

 Con Iván Pérez, “el Indio” como le decía desde el bachillerato, decidimos alquilar en compañía una habitación cerca de la ciudad universitaria. Encontramos una pieza a tres   cuadras, en la  casa de don Pacho quien  nos la alquiló por 125 pesos. La llamamos  la pieza de cristal pues la mitad de sus paredes eran amplias ventanas de vidrio. El ambiente era agradable, tranquilo y con espacio suficiente para vivir cómodamente los dos.  Cabían dos camas, una poltrona, una mesa de estudio y un nochero sobre el cual pusimos un equipo de sonido compacto marca Phillips, una especie de maleta que en su interior contenía el tocadiscos y la tapa hacía las veces de parlante con sonido de  “alta fidelidad”. Sonaba tan sabroso que en varias ocasiones lo utilizamos para realizar fiestas de la universidad.

Recuerdo ese primer día de clases,  un 16 de febrero de 1962. Me sentía tan feliz, cómo será, que todavía al escribir estas notas vuelve sobre mí la sensación de bienestar que sentía ese día. Éramos en total 45 estudiantes. La mitad eran mujeres jóvenes y bonitas. Y entre todos estábamos nosotros de Cali: Iván Pérez, el indio; Gilberto Aristizabal, el pollo; y yo, el flaco. El edificio de la facultad de sociología era la primera edificación entrando a la Universidad por  la calle 26 a mano de derecha,  al lado de la cafetería central. Después de pasar la puerta principal de la Facultad había un gran salón de clases en donde nos ubicamos los  primíparos cada uno en un pequeño pupitre escolar con tapa y cajón, escogido por demanda en la medida en que fuimos  llegando. Grandes ventanas daban hacia un antejardín que se usaba  para parquear los carros de  profesores y visitantes. La mayor parte del tiempo el lote permanecía vacío así que gozábamos de una visual de la clase amena y entretenida.

Cuando estábamos ya sentados en el salón a la espera de la bienvenida por parte de los profesores, una de las estudiantes típica rola delgada, pálida y con pinta de haber estudiado en colegio de monjas, al verme junto con mis compañeros de Cali,  con una mirada coqueta y  pícara comentó en voz alta:

-¿Del Valle? ¿y caleños? ¡Dios me libre de un caleño! Quién iba  a pensar que esa monita descolorida sería un día mi novia y  y con el tiempo mi esposa. 

El pollo,  que estaba más cerca, se quedó mirándola y le dijo:

- Tranquila monita, que usted está salvada.

Al escuchar estas palabras la cara se le incendió de un rojo veteado, con un poco de rabia y vergüenza, se fue de nuestro lado, se hizo en un lugar alejado y se le quitaron las ganas de seguir conversando. En el fondo sentí pena por ella, pero me agradó que mi amigo le bajara los humos de la cabeza.

 Hacia la media mañana apareció el Dr. Fals Borda, decano de la Facultad, en compañía del padre Camilo Torres, para darnos el saludo de bienvenida.  Una conversación amable y desprevenida en la que fueron señalando los  principios que guiaban la enseñanza de la sociología en Colombia. Los primeros días la  asistencia al salón  de clases fue copiosa pero  al finalizar el primer semestre disminuyó contando con unos treinta estudiantes. La asistencia no se marcaba de manera obligatoria sino presencial para los exámenes parciales que se hacían con mucha frecuencia y producía un efecto devastador en el cumplimiento de los estudiantes. La mortalidad académica, como se le llamaba,  era muy alta, tanto que en el último año de nuestro octavo semestre termínanos 13 estudiantes ocho mujeres y cinco hombres.

 Yo había dejado mi novia en Cali, María Victoria, muy linda por cierto. Una caleña con una cara preciosa  como de  muñeca, ojos negros, nariz respingada,  boca pequeña,  pelo corto,  buena estatura y buen porte. Yo tenía  21 años y ella apenas cumplía los 16. Era un amor bonito de muchos besos.  Un fin de semana vino a visitarme a Bogotá.  Salimos juntos a recorrer las calles lindas del centro, nos reímos y comimos. Nos sentíamos como dos enamorados con la vida resuelta. Esa tarde antes de llevarla a la casa en donde se  hospedaba resolvimos  pasar por mi pieza.  Cuando llegamos el ambiente estaba tranquilo, la pieza de cristal invitaba a disfrutarla. Entramos silenciosamente y nos encerramos. Para ambientar el momento puse un disco de los Panchos, nos sentamos uno al lado del otro y comenzamos a besarnos. Era un momento sublime estábamos solos sin el cuidado de sus padres y sin las miradas  que acechan a los enamorados. Sentía que un calor quemaba mi cuerpo por dentro, sus besos eran dulces y frescos, mi boca sedienta buscaba su piel ardiente y palpitante. Ahora recostados sobre la cama su cuerpo se abría para mi  lentamente como la luna cuando sube por el cielo en la noche.  En ese momento tres golpes fuertes se escucharon en la puerta. Nos levantamos y acomodamos nuestra ropa rápidamente, nos sentamos con la mayor serenidad que nos permitía nuestra agitación. Me dirigí a la puerta, pensaba que era Indio, y lo estaba odiando con todas mis fuerzas por haber arruinado este gran momento.  Al abrir la puerta  me encontré con don Pacho furioso y con los bigotes encrespados quien me dijo sin titubear:

- Señor  Rico, esta no es una casa de putas.

 -Tiene 24 horas para desocupar la pieza. Algún día usted  me agradecerá  que no le permití que realizara esta tipo de fechorías.  Y usted señorita salga inmediatamente de mi casa.

Sin decirnos nada salimos presurosamente como niños regañados.  La llevé a su residencia. Ese fue el final de ese amor con Maria Victoria. Nunca terminamos lo que comenzamos ese día, a pesar de que tuve la oportunidad de volverla a ver.

 Sin más remedio y contando con la solidaridad de mi amigo Iván buscamos otro lugar para vivir un mes despues. La mayor parte del tiempo la pasábamos en la universidad. En mi caso  estudiaba en la biblioteca de la facultad la mayoría de las veces pues contaba con poco dinero así que no podía comprar libros  y aprendí muy rápido que el estudio de la sociología tenía  gran contenido de lectura individual. Mi motivación fue incrementándose con el pasar del tiempo, leía bastante y asistía sagradamente a todas las clases lo que hizo que comenzara a sacar excelentes calificaciones en los exámenes  y que los profesores me señalaran como buen estudiante.

 Me hice amigo del Dr. Fals Borda quien me animaba a continuar leyendo. Me regaló varios de sus libros que leí con rapidez. Me llevó en una ocasión a Saucío  el sitio en donde él había realizado su tesis de doctorado  y   muchos de nosotros hacíamos prácticas de investigación. En una oportunidad   en el  segundo semestre me invitó a los llanos orientales. Allí estuvimos  en Puerto  López,  durmiendo en hamacas, realizando excursiones a los ríos, pescando y estudiando. Salíamos en pequeños grupos con los campesinos llaneros a recorrer el espacio  a caballo, en el jeep y en largas caminatas, a lamparear conejos en las noches, oír las noticias en nuestros radios transistores, comer y dormir. Esta cercanía con el Decano  hizo que simpatizáramos mucho, me ayudo a concentrarme en mis estudios y a formar parte de las investigaciones que se realizaban en la Facultad.

 Para poder satisfacer mis necesidades como estudiante tenía que trabajar en mis horas libres así que había logrado una especie de arreglo con las directivas de la facultad para tener acceso a la biblioteca durante las noches. Un compañero, Henry Olarte, había presionado mucho para que se abriera la biblioteca nocturna, a él le convenía pues sería el administrador y recibiría un pago mensual por esto.  La única condición impuesta por las directivas era que “siempre estuviera  alguien estudiando o  utilizando la biblioteca en las noches.” Por supuesto que nos hicimos  grandes amigos con Henry,  quien siempre estaba pendiente de que yo asistiera a la biblioteca. La cosa no duro mucho tiempo porque uno se mama todos los días de tener que asistir casi obligado y además ya tenía novia, una compañera de  clase, Elsita… esa monita que el primer día dijo: “¡Dios me salve de un caleño!, y no la salvó. 

 La Universidad Nacional de Colombia fue fundada en el gobierno del presidente Santos Acosta  el 22 de septiembre de 1867 por medio de la Ley 66 del Congreso de la Republica y fundamentada en los  cambios promovidos en el sistema educativo por el general Francisco de Paula Santander como  vicepresidente de la republica en el mandato del General Simón Bolívar. Cambios promulgados en la Ley 8 de 1826 con la creación de la “Universidad central de la Republica”. Su desarrollo histórico es largo y los cambios en el manejo y dirección curricular por influencias políticas, han ocasionado varias reformas académicas, curriculares y ordenamiento administrativo a través de la historia. En 1935 se compró el terreno en donde se comenzó la edificación del “campus universitario”  iniciado bajo el gobierno de Alfonso López Pumarejo. Con una extensión considerable de más de 120 hectáreas y un diseño arquitectónico en forma elíptica de los alemanes Leopoldo Rother  y Fritz Kartsen.

 Para los estudiantes de  principios de la década de 1960 fue conocida como la “Ciudad Blanca”, por el color de sus edificaciones. En 1962 cuando tuve la oportunidad de comenzar a recorrer sus calles, caminos y senderos era ya un hermoso jardín con grandes árboles de eucaliptus y diversas clases de pinos cerca de esas edificaciones de color blanco. Me tomó un tiempo organizar el mapa mental de la ciudad universitaria. Al inicio reconocía la ubicación de la Facultad de enfermería,  las residencias femeninas, los extensos territorios de la Facultad de Veterinaria, la Facultad de Medicina y Odontología muy distinguidas en el ambiente universitario. En alguna ocasión tuve necesidad de conocer las instalaciones de la rectoría y la administración  muy cerca de las áreas deportivas del estadio de fútbol  con   pistas de atletismo y otros deportes que se llenaban de público casi todos los fines de semana. Por el eje principal de la elíptica  estaba la Facultad de Derecho y de Filosofía seguido de las instalaciones de la Facultad de Ingeniería, que llevaba hacia la salida por la calle 45 hacia la carrera séptima. Por el lado posterior de la Cafetería Central siguiendo la vía del ala derecha se encontraba  una área muy linda en donde estaba  la Capilla con una construcción muy llamativa de fachada en vidrio y un campanario como señal terrenal  de su existencia en este paisaje  entremezclado que producían las flores rodeando la iglesia. Con algunos compañeros la visitábamos algunos domingos y  festivos religiosos para contar con la grata compañía del padre Camilo Torres.

 Un  día cualquiera  con Elsita salimos a caminar en dirección a la capilla para visitarla  y acercarnos más a Dios y a nuestro lado espiritual que a veces hace tanta falta.  Dedicamos un buen tiempo a disfrutar de las flores del jardín que rodea la capilla, decidimos entrar por curiosidad y contemplando la posibilidad de encontrar al padre Camilo. Al entrar en el recinto una sensación de aire religioso y tranquilo nos llenó el alma. Nos sentamos en una de las bancas y respiramos el aroma a incienso del interior de la capilla. Elsita era una joven muy religiosa, había realizado su bachillerato en el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón.  Pasado un tiempo, y abandonando la idea de ver al padre, decidimos marcharnos pero antes de salir logramos divisar al padre Camilo que se acercaba hacia la puerta de entrada principal acompañado de algunos estudiantes. Elsita en su gran emoción se levantó de la banca, salió corriendo a su encuentro para saludarlo pero sin percatarse de la presencia de la puerta de vidrio, su frágil cuerpo se estrelló contra la entrada, rebotando como una hoja que se desprende de un árbol para caer al suelo con apenas un ruidito.  Impávido desde la banca observé toda esta escena pero cuando el padre Camilo y los estudiantes asustados se apresuraron a socorrerla pude reaccionar y llegué hasta ella para ayudar. Elsita con una sonrisa nerviosa se dejó levantar y nos dijo que estaba bien. Pasando su mano temblorosa por su frente me hizo notar que lo único que  había quedado de este encuentro era un leve chiconcito. Y por supuesto el recuerdo en la mente del cura quien después de esto, siempre nos reconoció y  nos distinguió durante los cinco años de nuestra  vida universitaria.    

 La carrera de sociología estaba organizada por semestres con algunas clases en la mañana y otras en las tardes dependiendo de la disponibilidad de los profesores que por lo general trabajaban hora cátedra en distintas Universidades. Los estudiantes y profesores nos fuimos conociendo poco a poco en una facultad que ya llevaba un semestre funcionando. El Dr. Orlando Fals  nos dictó algunas clases sobre introducción a la sociología. Era el sociólogo mas importante en el país, había escrito libros tan extraordinarios como: “Campesinos de los Andes”, “el Hombre y la tierra en Boyacá”, “la Violencia en Colombia” y una gran cantidad de artículos en revistas nacionales e internacionales. Era un hombre admirado por todos, un costeño fino, elegante, de muy buenas maneras, y un gran amigo. Sus enseñanzas, sus consejos, y su apoyo en el desarrollo de mi carrera como sociólogo me marcaron para toda la vida. Para él mis mas sinceros agradecimientos.  

 Recuerdo también  con mucho cariño al Dr. Eduardo Umaña Luna quien nos dio las primeras notas sobre la importancia del derecho, derecho comparativo y algo de derecho internacional. Un hombre justo, íntegro, letrado, de esos que  andan con el último libro que está leyendo debajo el brazo. Pensador astuto , rápido, excelente profesor. Tenía la cualidad de hacer sentir bien a sus alumnos. Para la época, él era una persona  importante en el ministerio de justicia y dictaba cátedra en otras prestigiosas universidades. Había escrito con el Dr. Orlando Fals Borda y Monseñor Guzmán unos de los mejores libros  “el análisis sociológico de la violencia en Colombia”.

 Y por supuesto,  el padre Camilo Torres Restrepo, para todos nosotros era una figura central. Capellán de la Universidad Nacional desde 1959, y en 1960 en colaboración con el Dr. Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y otros científicos sociales fundador de la Facultad de Sociología  con el apoyo financiero, paradójicamente de la Fundación Ford, y la asesoría permanente de prestigiosos sociólogos Norteamericanos.

 El padre Camilo enseñaba  metodología de la investigación científica. Era un cura con un pensamiento sensible ante la situación  social y económica que vivían la mayoría de las personas de clases populares. Con estudios en Ciencias Sociales en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y de posgrado en Sociología Urbana en la Universidad de Minnesota. Era un Ph.D. Profundo. Recuerdo sus investigaciones sobre la proletarización de Bogotá, en donde deja ver su capacidad de investigador y pensador social.[1]

 Fueron llegando las cátedras de historia del pensamiento social animadas por el doctor Darío Mesa quien nos recorrió el camino de Max Weber con su famoso libro de “Economía y Sociedad” que acababa de ser publicado en Buenos Aires por el Fondo de Cultura Económica y lo amplió dándonos a conocer los postulados de Karl Marx en  su introducción a la  Critica de la Economía Política. Un material de discusión permanente que nos sacudía la cabeza y nos ponía a pensar, y a escribir nuestra propias opiniones a favor o en contra y sus aplicaciones en la sociedad en que estábamos viviendo.

 Los semestres se fueron enriqueciendo con el trabajo maravilloso que estaba realizando nuestra profesora  de antropología la Doctora Virginia Gutiérrez de Pineda sobre estudios y tipologías de la familia en Colombia. En ocasiones su esposo Roberto Gutiérrez de Pineda quien era el director del CINVA (Centro Interamericano de Vivienda) la acompañaba. En los cursos de teoría, estructura y práctica  sociológica contamos con la participación de la  Dra. María Cristina Salazar Camacho, una dura en el área, formada en la universidad Javeriana y con un  doctorado (Ph.D) en la Universidad Católica de Washington. Persona muy cercana al padre Camilo Torres y quien posteriormente se convirtió en la esposa de Orlando Fals Borda. Realicé varios trabajos con ella sobre procesos de acercamiento de la aplicación de la sociología a la realidad colombiana. Una excelente e inolvidable profesora.

 Muchos otros profesores pasaron por la Facultad de sociología que se había consolidado como un centro de atracción latinoamericano y de contacto profesional con los grandes de la sociología en USA. Los profesores visitantes fueron muchos:  Talcott Parsons, T. Lynn Smith, Eugene Havens, William Flyn, Everett Rogers. Imposible no acordarse de Oliver Bradfell, exalumno del prestigioso psicoanalista Adler, quien nos dio cátedra en psicología social con énfasis en los “complejos de inferioridad en la mujer”. Al igual que el profesor Jesús Arango con su temática profunda en la historia. Por esta facultad, joven y entusiasta,  pasó lo mejor de los profesionales en sociología y áreas afines que había en ese momento en el mundo de Latinoamérica y los Estados unidos.

 Ese primer semestre en la Universidad Nacional además de estudiar mucho, me dediqué al rebusque vendiendo gabardinas en algunas oficinas del gobierno, sin mucho éxito pero con gran entusiasmo; también lapiceros “paper mate”  que me enviaba desde Venezuela el hermano de  un compañero de bachillerato en Santa Librada, los camuflaba envolviéndolos meticulosamente  en medio de revistas o periódicos que me enviaba  por correo. Traté de vender la idea fabulosa de “Casa Club”. Se trataba de pagar en módicas cuotas mensuales  y participar además en una rifa de una casa cada año  idea promocionada por una amiga de la familia de Elsita. Creo que no vendí ninguna, a pesar del empeño que le puse. Llevaba una vida dura, por los apretones económicos de cada mes cuando llegaban las cuentas del alquiler, los servicios y la comida pero repleta de alegría y satisfacción por ser un miembro de la sociedad privilegiado al pertenecer a este grupo de personas que lográbamos acceder a este mundo de los estudios universitarios.  Recibía una ayuda de pocos pesos que me llegaban de Cali enviados por mi hermano menor Pablito, quien se encargó de cobrar los arriendos de una casa que debía alcanzar para su sostenimiento y el mío.

 El Dr. Fals Borda en una de sus clases invitó a los estudiantes a participar en  un programa sobre “Técnicas de Alfabetización Funcional  para Adultos” curso especial organizado por el Consejo Interfacultades para el desarrollo de la comunidad durante el período comprendido entre el 8 de marzo y el 11 de abril de 1962. Con Elsita decidimos formar parte de este proyecto  y le dedicábamos  los fines de semana. Al principio la dificultad para transportarnos hasta el lugar fue enorme por la ubicación en las canteras de explotación de piedra, bastante retiradas en el barrio de Usaquén al norte de la ciudad. Hicimos todos los esfuerzos necesarios para asistir los sábado de 8 a 10 de la mañana a enseñar a leer y escribir a adultos mayores. Al poco tiempo el programa perdió el objetivo  central, pues a la gente sólo le interesaba leer las noticias amarillistas de periódicos  locales, lo que bajó la motivación de todos los participantes, lo que sumado a las huelgas en la universidad hizo fracasar el proyecto.

 Los esfuerzos continuos que realicé me  llevaron a  lograr excelentes notas. Esto me dio la oportunidad de obtener matrícula de honor para el semestre siguiente y una beca de 70 pesos mensuales. Y además  postular para una residencia universitaria, cuando existiera cupo, lo cual se concretó dos años despues cuando estaba  terminando el cuarto semestre.

 Entre huelgas cortas y huelgas largas fueron pasando los semestres. La relación con Elsita se fortaleció pues llenaba mis expectativas amorosas, académicas, pues era una muy buena estudiante, y de la vida cotidiana. En su familia tuve gran acogida. Matucha, mi suegra, me trató con mucho cariño y depositó en mi toda su confianza pues aseguraba el cuidado y protección para su hija. El papá de Elsita era el decano de Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional. Hombre culto, de gran prestigio social y profesional. Después de terminar clases en las mañanas era usual que hacia el medio día la acompañara de regreso a su casa, así que la excusa para aceptar la invitación a quedarme a almorzar con ella era perfecta. Otras tardes, en las que no teníamos  clases, nos quedábamos en la universidad estudiando, compartiendo con los otros compañeros, y al final terminaba acompañándola a su casa, y por supuesto, me quedaba a cenar. El pollo y el Indio solían decirme que Elsita era mi “novia cuchara”. La verdad no me importaba, disfrutaba la relación, me sentía feliz y contento de acompañar a la hija del decano de la Facultad de Ingeniería y de paso, disfrutar deliciosos platos preparados con el cariño que sólo se saborea en un hogar.

 Elsita vivía en el barrio Teusaquillo en una pequeña casa de dos pisos  estilo inglés muy acogedora, y agradable a la vista. Carecía de garaje para guardar el automóvil de su papá. Un Pontiac cuatro puertas color rojo y franjas negras que dejaba a una cuadra de distancia en un lote de su propiedad. Un  año después  el Dr. Gómez compró una hermosa casa de dos pisos con garaje en el mismo barrio Teusaquillo.  Los recuerdos más memorables con Elsita están amarrados a esta casa y su entorno próximo a Chapinero, el comercio de la calle 10, los almacenes, las compras, la iglesia de Guadalupe, el teatro de la 45, los pequeños restaurantes, todo un mundo citadino que me había acogido, en una gran ciudad de dos millones de habitantes.

 Nos caracterizamos por ser una pareja de estudiantes inquietos de sociología. El padre Germán, un dominico estudioso, profundo, cariñoso y gran amigo de sus amigos,  nos invitó a participar en un grupo de convivencia que se reunía con relativa frecuencia en las horas de la noche en la Iglesia de Guadalupe. Los miembros del grupo que fácilmente sumábamos  unas veinte personas, jóvenes todos universitarios, nos  distinguíamos con una pequeña cruz de oro en la solapa del saco en los hombres y con un prendedor en las mujeres. En las reuniones se discutía sobre temas sociales, políticos y religiosos. Nos preocupaba la situación  de pobreza y descontento en la población colombiana. Con los encuentros se fue entretejiendo una gran amistad con el padre Germán. Algunos domingos después de la misa,  cuando acompañaba a Elsita, nos tomábamos un  pequeño café en la casa cural. Con el tiempo vine a saber que fue un sacerdote muy querido y reconocido en Bogotá.  Murió relativamente joven a los 55 años de cáncer.  Sus enseñanzas basadas en el amor y el respeto por los demás quedaron grabadas en nuestra memoria.

 Uno de los puntos que orientó mi vida desde la infancia fue la importancia de generar tus propios ingresos. Así que yo continuaba en la búsqueda de maneras para obtenerlos. Elsita lo sabía, así que le comentó a un tío suyo, don Pablo Gómez, dueño de una pequeña empresa conocida como INCOPRI (“Información comercial privada”) con la oficina principal ubicada en el quinto piso de un antiguo edificio en el centro de Bogotá. Varios empleados suyos se dedicaban a organizar  información publicada en periódicos locales y algunos de los más importantes a nivel nacional para personajes específicos del gobierno y empresas. La idea era leer con precaución y entereza las noticias,  clasificarlas y pegarlas en hojas de papel escribiendo los detalles de la publicación que fueran de utilidad para ejecutivos, directores, gerentes de empresas y organizaciones militares  quienes no contaban con tiempo para leer y así de un manera ágil  enterarse  de lo que estaba sucediendo en la ciudad y el país con relación a su cargo.

 El tío de Elsita, me dio la oportunidad de que trabajara para él en su oficina. Al poco tiempo no tuve que regresar a INCOPRI. Las cosas se desenvolvieron de nuevo a mi favor. Un día me llamó para contarme que le habían desocupado una casa muy grande que él tenía a dos cuadras de la ciudad universitaria. Y que dado al gran aprecio y confianza que me tenía me preguntó que si estaría dispuesto a repararla y vivir en ella gratis los meses que duraran las adecuaciones,  sin pensarlo mucho acepté.

 Como la casa estaba en un estado lamentable de pintura y necesitaba mantenimiento de casi todo. Llamé a mi hermano José para que viajara a Bogotá y me ayudara con los arreglos, pues él sabía de estas cosas de pintura y demás reparaciones sencillas. El tío Pablo me animaba a que tomara la casa y organizara el alquiler de habitaciones a estudiantes. Así fue como terminé organizando  la casa y convirtiéndola luego en una pensión.

La ubicación de la casa cerca de la ciudad universitaria me cambió los horizontes de trabajo con INCOPRI. El tío Pablo decidió que no regresara más al centro de Bogotá y trabajara desde la casa. Me cedió cinco contratos que estaban en el área de los ministerios en la avenida a El Dorado de fácil acceso caminando unos 20 a 30 minutos o en  buses urbanos que pasaban con mucha frecuencia en esa dirección. Me ayudó para que los periódicos locales y nacionales llegaran hasta la casa a la madrugada, entre las tres y cuatro de la mañana. El repartidor metía los periódicos por un hueco de una ventana que daba a la calle y yo estaba allí, bañado y arreglado, los recogía, me ubicaba en una mesa grande y los leía uno por uno seleccionando los titulares de acuerdo con los temas pactados en el contrato. Muy temprano salía con el material bien organizado para cada uno de los clientes:  1)Ministerio de Guerra, General Alberto Ruiz Novoa. Siempre llegué todos los días a su despacho y dejaba los recortes organizados encima de su escritorio. 2)Comandante de la fuerza aérea, General Mariano Ospina Navia. Caleño súper atento que me recibió un buen día con un gran saludo y me felicitó por el trabajo que estaba haciendo. 3)Otro de mis clientes era el General Rodolfo Martínez Tono director del área de Industria Militar. 4) El Doctor Enrique Peñalosa era el gerente general del INCORA con intereses particulares sobre manejo agrícola, actividades campesinas, maquinaria agrícola, y similares que salían en todos los periódicos de Colombia. Y 5) Federación de Cafeteros comandada por el Doctor Jorge Cárdenas como gerente auxiliar que nunca conocí pero a quien le llevé durante un período  mayor a seis meses toda la información de prensa  sobre temas que salieron en el país en relación con   problemas  del café, su producción , industrialización y comercialización.

 Con el General Ospina, tuve una corta amistad que resultó en un  trabajo como “sociólogo” para la fuerza aérea. Un día por casualidad lo encontré muy temprano en su oficina, lo saludé con mucho respeto y  al entregarle los recortes de prensa me miró y me dijo: 

-Me enteré que estas estudiando sociología en la Universidad Nacional.

-Si, mi general. Estoy en el cuarto semestre y con deseos de terminar las materias de investigación.

- ¿Podrías trabajar los fines de semana como Sociólogo de la Fuerza Área.? Tenemos actividades comunales en San José del Guaviare y allí vamos con relativa frecuencia para prestar  servicios de salud, médicos, odontológicos, y de  enfermería. 

- Me gustaría muchísimo mi general.

- Listo el próximo fin de semana, antes de las seis de la mañana hay que estar en el aeropuerto  de El Dorado, en el área militar. Te dejo la autorización con la secretaria.

Asi fue como por “arte de birlibirloque” empecé a realizar viajes esporádicos los fines de semana con mi general Navia a los llanos orientales en la región del Guaviare, para ayudar en la orientación comunitaria de los grupos indígenas.

Volábamos en un avión DC6 de la Fuerza Aérea piloteado por mi General y un copiloto,  los invitados del área de la salud y miembros de su seguridad personal. La llegada a la zona era un verdadero espectáculo con varias vueltas en redondo en una área extensa alrededor de un aeropuerto trazado en tierra, que se hacía sobrevolando la zona para que la población indígena comenzara a aproximarse. Los indígenas tardaban  muchas horas, y en ocasiones  mas de un día, en acercarse a la base.

Las relaciones con la población local y con los indígenas se fue dando en un proceso de visitas y conversaciones con los habitantes del pueblo. Con los indígenas fue más complicado por las dificultades en la comunicación del idioma, no hablaban el español, y yo no conocía el dialecto de ellos. Sin embargo, nos acercamos con algunos intérpretes para facilitar la atención en salud. Muchos errores se cometieron por falta de observación, de contacto y de intereses particulares de las comunidades.  En  el uso de los medicamentos fue muy notorio porque no tenían en donde llevarlos y guardarlos, no sabían como tomar los jarabes para la tos, los remedios para la piel, y muchos otras cosas que aprendimos en el terreno mirando como se llevaban los medicamentos a las canoas y algunos de ellos simplemente se los tomaban en una sola dosis, o en una sola pasada y el resto terminaba en las profundidades del rio.

Era maravilloso observar como iban aproximándose al avión DC6. Se acurrucaban  por debajo de las alas., lo tocaban, y se quedaban allí debajo durante un tiempo largo sin decir palabra.  Estos aprendizajes fueron muy valiosos para mi formación  y comunicación con la población local y los indígenas del Guaviare. Lamentable, el tiempo se pasó rápido y tuve que seguir mis estudios de formación que me impidieron continuar ayudando en el trabajo tan interesante que estaba haciendo  con mi General Navia en las comunidades en donde podía aterrizar en algunos fines de semana.

 La ayuda del tío de Elsita me facilitó la vida. El tener que levantarme tan temprano todos los días de la semana y tener que estar con los sentidos bien puestos para leer las noticias y hacer un buen informe, me exigía gran entereza y disciplina. Recordar las duchas bajo el chorro frío muy temprano en la mañana durante el año en el seminario, me alentaba. Cada nueva mañana me repetía mientras esperaba la llegada de los periódicos: “llueva, truene o relampagueé siempre llevaré los recortes de prensa”. Y así lo hice.  Durante los dos años que manejé los contratos no fallé un solo día.

 Ahora pienso que en el transitar de mi vida las personas que aparecieron para ayudarme lo hicieron en el momento perfecto. Algunas se quedaron,  se fueron lejos o  ya no están. Pero cada una cumplió su función en mi existencia y en sus propias vidas.  Algunos estuvieron en mis mayores dificultades para ayudarme a superarlas, en las alegrías   del vivir o en las aventuras que se te presentan para ponerle picante a la existencia.

 Con la idea del tío Pablo, comencé a echarles el cuento  a varios de los amigos de la universidad para ocupar las piezas de la casa. En un mes con José teníamos todo arreglado y la casa transformada en “pensión” comenzó a tener forma. Distribuí los espacios de la mejor manera que pude. Mi habitación la conformaba el área del comedor que tenía puerta independiente y acceso fácil a la cocina y a un área central libre en donde organicé  una especie de oficina para el trabajo de INCOPRI. La sala que tenía una puerta amplia y ambiente privado se la arrendé al Indio que decidió vivir con su novia Clemencia, quien  ya estaba embarazada de su primer hijo. Las tres alcobas del segundo piso con dos baños y un pequeño salón de estar que unía los ambientes sirvieron para que Humberto Rojas, recién casado con su mujer Rosita,  se acomodara en la alcoba mayor con balcón y vista a la calle. Los hermanos Zaportas, José y Asael, estudiantes judíos caleños de economía,  en la pieza laterales y la última se la arrendé a Enrique  Andrade compañero sociólogo de último semestre quien además trabajaba como controlador oficial del acceso a la cafetería central. La verdad que logramos entre todos establecer un ambiente amable de camaradería, comunicación y en especial el cumplimiento en los pagos para que funcionaran los servicios públicos y de conexión  telefónica.

 En el tercer semestre de la universidad empezamos los trabajos de Metodología de la investigación social con el Dr. Carlos Escalante. La sede escogida fue la población de Cota que quedaba fuera de la ciudad. Al principio  contamos con transporte coordinado desde la Universidad pero al final terminamos  solos visitando a los campesinos de la región. Con Elsita nos hicimos bien amigos del señor Valbuena y su señora Josefina, pobladores amables,  que nos regalaban el almuerzo rico en vegetales producidos en la parcela, zanahorias, remolacha, alverjas, nabos, muchas hierbas en sopas acompañadas con arepas de maíz blanco, frijoles rojos, tomates, y berenjenas y de pronto un delicioso postre de fresas producidas en la parcela. El objetivo del curso era caracterizar tres o cuatro grupos familiares, así que duró poco. Siempre recordaré aquel lugar tan sabroso con olor campesino, de amistad sincera de mi amigo Valbuena y su mujer Josefina a quienes visité  luego en  varias ocasiones en compañía de Elsita.

 Ahora que escribo esto ya por encima de mis ochenta años, cómo me gustaría en la imaginación poder regresar al pasado, y volver a vivir cada instante, cada uno  de los días y meses de los cinco años de la universidad Nacional. Recrear los momentos de felicidad compartida en ese pequeño paraíso, en donde los dolores, las angustias del día  a día, las carencias y necesidades materiales, se convierten hoy en gratos recuerdos de sabor dulce, sonidos armónicos, y encantadores.

 Todo ese rebusque en las etapas iniciales persiguiendo la salida para encontrar momentos de tranquilidad. Una relación con Elsita que fue creciendo entre la necesidad y el amor. Unión permanente con proximidad en el tiempo que comienza con la caricia cercana de una cogida de manos, un suspiro en el aire que enlaza dos corazones en uno, en una comunidad de ideas, discusiones filosóficas y religiosas, para ir acomodando nuestras existencias a una realidad de humanos a la espera del mejor momento para fundir en un beso la continuidad de un amor que se proyectó por más de una década de  nuestras vidas.

 Durante la celebración de una  semana universitaria asistí a una fiesta en la Facultad de Sociología en el nuevo edificio, en una de las aulas del primer piso. Los vallunos amenizábamos la reunión con nuestra música salsera alegre y  algunos boleros  bailables que sonaba en la radiola marca Philips que El indio había traído con una gran cantidad de discos Long Play de larga duración. Compartíamos la alegría al son de la música, el baile  y el traguito.  Contábamos con la asistencia de nuestra colega Maria Arango quien fue reina de la universidad, la tolimense Vicky, la negra Amparo, Gloria Triana, y otras preciosas compañeras sociólogas que atraían asistentes al lugar. Al finalizar la reunión, recogimos la radiola y los discos y salimos a la madrugada bien entonados caminando por el césped. Por pura casualidad le pregunté al Indio si había revisado que estuvieran todos los discos en la bolsa. Y me dio por preguntar por el disco de Vicentico Valadez. El indio abrió la bolsa para revisar y no lo vio. Con los tragos en la cabeza miré  a mi compañero Bravo y le dije:

-¡Vos te lo robaste! Yo te vi metiendo las manos en la bolsa de los discos. Y señalando su maletín agregué:

-Mostrame qué llevas allí, negro Bravo.

Antes de pronunciar la última palabra ya tenía al negro Bravo sobre micomo un muñeco de trapo loobcosy  que estuvieron siempre.Algunas se quedaron, otras se fueronlejos otras ya no est, su cuerpo grande y musculoso atropelló todo mi flacuchento cuerpo y caí como un muñeco de trapo sobre el pasto húmedo y allí me dejó tendido. Aturdido, como pude, busqué una piedra para defenderme y encontré una grande. La apreté en mi mano derecha con mucha fuerza, me levanté y corrí hacia él. Lo único que recuerdo fue ver su enorme puño totalmente cerrado, estrellándose contra mi cara, y sentir el calor de la sangre. El susto de todos fue enorme. Humberto, el pollo, y el indio me cogieron y me llevaron con rapidez a una de las droguerías que quedaba cerca.  Allí me atendieron, detuvieron la sangre y me curaron  una herida en la ceja que gravó para siempre la marca de la única y última pelea que he tenido durante mi existencia  sobre la tierra.

 Pero lo peor del cuento, es que en las residencias Uriel Gutiérrez, mi compañero de cuarto era el negro Bravo. Así que subí las escaleras hasta el segundo piso, caminé con lentitud y temeridad. Abrí la puerta y allí estaba esperando sentado sobre mi cama mi compañero Bravo. Al verme se levantó rápidamente , fue hacia el  camarote y tomó un largo cuchillo que usábamos para cortar el pan y se vino de frente a mi y me dijo:

-¡Amarillo hijodeputa! Te voy a sacar las tripas con este cuchillo.

Con la adrenalina corriendo velozmente por las venas de todo mi cuerpo salte de un solo envión sobre la cama con la espalda pegada a la pared y con los brazos levantados en señal de rendición, trate de hablarle y explicarle que me había equivocado, que no se había robado nada, que me disculpara. Me  miraba con los ojos llenos de ira. En ese momento sonó la chapa de la puerta y apareció, Paz, un costeño también compañero de cuarto. Al entrar se asustó y gritó:

-¡Quieto negro! ¿ Qué estas haciendo?

- Voy  a matar este hijodeputa que me insultó como ladrón. Le voy a  sacar las tripas.

Ágilmente, Paz , lo agarró  como pudo le cogió las manos y  le quitó  el cuchillo. Con una serenidad incomprensible comenzó a explicarle a Bravo lo difícil de este tipo de situaciones en las residencias. No hay que correr el riesgo de que nos la quitaran. Pues la lista de espera era muy larga  por la gran demanda que tenían. Los ánimos se fueron calmando y al pasar las horas el sueño nos venció hasta quedarnos dormidos. Pero la zozobra, del miedo que me daba de que en  algún momento la  furia del negro se alborotara  y me matara, me dejó con un sueño intermitente.

 Para fortuna de todos, el momento amargo pasó. Bravo decidió solicitar intercambio de cuarto con otro compañero, pues para él la convivencia conmigo también se convirtió en un martirio. Y fue así  como pudimos continuar la vida con tranquilidad. Gracias a mi amigo, mi salvador, el pintor costeño barranquillero, curiosamente, apellidado Paz.  A Paz lo recuerdo con mucho cariño porque tuvimos momentos  difíciles de existencia por ausencia absoluta de dinero para poder vivir. La presencia del hambre  lo empujaba a permanecer en cama  acostado el día entero, como lo hacen los perritos con hambre, para no sentirla.  En algunas ocasiones acudíamos a pedir  ayuda en la fila de la cafetería central. Nuestro amigo Enrique Andrade nos permitía permanecer a un lado a la espera de que alguien conocido o generoso nos ayudara con una moneda, para ir juntando hasta completar para el almuerzo o cena. En mi caso, a pesar de que trabajaba duro, pasé algunos momentos  de total angustia y desesperación frente a la escasez de dinero. James Cándelo fue un valluno, estudiante de ingeniería química,  muy querido que manejaba la caja para cobrar el almuerzo y con una señal, entendía la angustia que tenía y me dejaba seguir sin pagar, seres humanos maravillosos.   

 Pese a todas las dificultades la juventud y la esperanza, que va unida a estos años, me permitían llevar una vida alegre. Completé y aprobé los primeros cuatro años del pensum reglamentario a finales de 1965 mientras trabajaba en la organización de mi trabajo de tesis con información recogida en el municipio de Cota. Con Elsita y otro compañero Diego Rivera aplicamos a una beca de entrenamiento en el Primer curso Superior de vivienda con el instituto CINVA la cual nos otorgaron para iniciar en enero de 1967. Entregué la tesis para aprobación en el mes de febrero y obtuve respuesta para graduarme  el viernes  25 de marzo de 1966.

 Durante el curso del CINVA las  cosas se pusieron difíciles con Elsita. Algunos coqueteos con  una de las asistentes brasileñas del curso no le hacían gracia.  Malos momentos para la pelea, pues me encontraba solo para la celebración de mi grado. El Dr. Fals Borda me había citado para la entrega del diploma de Licenciado en Sociología en su oficina de la decanatura que quedaba en el nuevo edificio de la Facultad de Sociología dentro de dos semanas.

 En esa semana me encontré caminando solo por las calles cuando frente a la facultad de Veterinaria vi a una hermosa mujer, elegante, con un  vestido color azul celeste.  Parecía  un ángel bajado del cielo. Como andaba solo en el amor me arriesgué, la saludé  y le pregunté:

-Hola. ¿Cómo te llamas?

Y ella con voz suave y delicada respondió:

-Bella Ventura.

-¿Puedo acompañarte a caminar? Le dije.

Asentó moviendo de manera graciosa su cabeza. Y así me vi a su lado  caminando por las calles de Medicina y  la escuela de Enfermería hasta llegar a  la platea de la Cafetería Central en donde la recogió su papá a eso de la 7 de la noche. Antes de que se marchara, sin mayores rodeos le dije:

-Me gradúo de sociólogo el próximo viernes 25 de marzo en las oficinas de la decanatura de Sociología. ¿Te gustaría estar en mi grado?

Me prometió que el viernes estaría  con puntualidad  en la celebración de mi grado.

 Me quedé allí parado con una inmensa felicidad por lo sucedido con Bella, pero con la amargura de saber que no  contaba  con amigos que estuvieran conmigo para asistir al acto  de entrega del diploma. El día viernes ajusté mi  vestido con camisa blanca, pantalón de paño  y corbata oscura. Cuando me dirigía hacia la decanatura me percaté de que la electricidad se había ido en toda la ciudad universitaria por alguna razón que  nunca conocí. Al llegar a la oficina de Orlando Fals me recibió con un caluroso abrazo y me preguntó sorprendido por la ausencia de Elsita. Pero en ese momento Bella Ventura llegaba también a la oficina.  Mi emoción fue enorme y corrí a su encuentro, estaba realmente esplendorosa. Orlando muy prudente y elegante dirigiéndose hacia nosotros sugirió que esperáramos unos 15 minutos. Pero le pidió a su secretario que consiguiera unas velas, por si acaso.

 Al final, alumbrados por la luz de dos velas y la presencia de la preciosa Bella Ventura que había conocido en esa semana hice el juramento de cumplir con las obligaciones profesionales, mantener el camino recto en todas las relaciones y un respeto por los vínculos entre los seres humanos. Fue una ceremonia inolvidable, sobria y hasta bonita, con algunas palabras de reconocimiento del Dr. Fals Borda. El secretario  leyó el acta de grado y me la entregó con las firmas respectivas del señor rector Dr. José Feliz Patiño y el Secretario general de la universidad.

 Salimos con Bella de la decanatura y todo continuaba en la más profunda oscuridad. A la salida el papá de Bella la estaba  esperando en su auto.  Para despedirse me felicitó, me dio un abrazo y un beso en la mejilla. Yo la envolví entre mis brazos agradecido por ser mi maravillosa y desinteresada compañía en un momento tan importante en mi vida,  sentí el calor de una despedida. Subió al auto de su papá y desapareció.

 Pasadas las ocho de la noche regresó la electricidad al campus universitario. Caminé con tranquilidad hacia la  Cafetería Central que se encontraba aún abierta, hice la fila y en la bandeja organicé de una manera agradable comida abundante para completar la  celebración. Regresé  caminando despacio por los andenes y los senderos poco iluminados que conducían hacia las residencias Uriel Gutiérrez  al final de los terrenos de la Universidad.

   

 

 

  



[1] Ver separata: El asesinato de un líder: Camilo Torres Restrepo. Palabra Mayor Blogspot. Junio 2022

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