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martes, 14 de junio de 2022

La casa de las muñecas de Doña Herminia

 

 Jesús Rico Velasco

        Herminia se casó a temprana edad con  Marino Salazar,  un agricultor ocasional  a quien no le  gustaba trabajar. Era conocido por la gente del pueblo como un hombre mujeriego, parrandero y jugador. Quizás por esto estuvo muy poco en la vida de sus dos pequeños hijos, Jorgito de 3 años y Alicia de cinco años. Marino salió un sábado, día de mercado en el pueblo, muy temprano con su ropa de postín. Pero antes de despedirse en el portón de la casa,  Herminia le dijo:

- ¡Cuídate Marino! Hoy es un día de mucho alboroto en el pueblo. No vaya ser que te pase algo.

Marino le contestó con grosería:

- No me joda. Yo me cuido solo. Ya vuelvo.

Ese día lo vieron alegre conversando con las muchachas en los bares,  jugando billar y tomando trago en las cantinas  hasta bien avanzada la noche. Las malas lenguas cuentan que se  fue caminando por las calles de Firulay, un barrio de dudosa reputación, perdiéndose en medio de la oscuridad de la noche, entre el barro, la niebla, y la lluvia que caía con fuerza. Otros lo vieron en medio de una densa niebla, caerse y levantarse varias veces preso de una gran borrachera. Al  llegar a la quebrada de Cordobitas se cayó. Sin poder controlar sus movimientos, se golpeó la cabeza con una gran piedra de la orilla de la cañada y quedó tendido sobre el agua barro ensangrentada que corriendo rápida y torrentosa, le entró por la nariz y boca hasta morir asfixiado.

Un fin de semana trágico para Herminia y sus dos pequeños hijos. Después de resolver el proceso de defunción en la inspección de policía y recibir el cadáver de su esposo en horas de la tarde, acordó con el párroco de la iglesia realizar una  ceremonia el lunes por la mañana para luego trasladarlo  al cementerio.

Doña Herminia, como la siguieron llamando en el pueblo, pese a ser una mujer muy joven, se acostumbró a su estado de viudez. En las mañanas se refugiaba en su labor de maestra de escuela elemental. Desbordándose en mimos y cuidados para los niños que asistían al  jardín infantil que había organizado en su propia casa con mucho esfuerzo. Sus dos hijos contaron con la fortuna de crecer rodeados de estos niños, de aprender a jugar, leer y escribir en el jardín infantil en donde su mamá era la  profesora. Esto les ayudó a mitigar un poco la ausencia de la figura paterna.

Desde el medio día cuando los niños retornaban a sus hogares Doña Herminia quedaba desocupada  lo cual la llevó a buscar actividades para entretenerse, hasta que encontró la que realmente la apasionaba: la elaboración de muñecas de trapo. Al principio las hizo sola, pero luego contó con la ayuda de su hermana  Ercilia, una solterona, que vivía muy cerca de su casa.  Con vestidos que ya no usaba y retazos armaba un cuerpito abollonado con relleno de algodón al cual cosía pequeñas piernas y brazos también de tela, que permitían un ligero y alegre movimiento a las muñecas. Los ojos eran  pequeños botones de colores. Una línea en hilo de color rojo era la boca. Una puntada en hilo de color negro la nariz. En las orejas inexistentes de algunas colgaba pequeños areticos o candongas y en otras  una pulserita adornaba uno de sus brazos. Pero había un detalle que Doña Herminia no lograba definir: el pelo. Así que todas eran lampiñas.

Una mañana mientras acariciaba la cabecita de una de sus alumnas, se le ocurrió la idea de conseguir una tijera y recortar un poco de su cabello con la excusa de haberle encontrado piojos y lo guardó en una bolsa. Esa misma tarde con gran emoción se dispuso a coser el pelo recortado en la cabeza de una de sus muñecas. La presencia de ese pelo natural  producía un efecto de realidad inimaginable en su muñeca. Se dedicó tardes enteras a perfeccionar la técnica de pegar el pelo junto con su hermana. Así cuando ingresaba una alumna nueva pelirroja, rubia o morena a su escuela la emoción era mayor pues la mayoría de las muñecas tenían el pelo lacio que era el más común  entre las niñas.

Hacer su primera muñeca negra fue todo una revelación: la boca roja carnosa, los rizos ensortijados y definir el color de la tela para la piel fue todo un reto.

Al principio sus alumnas jugaban con algunas de las muñecas, pero en calidad de préstamo. Lo que más las sorprendía era el pelo que tenían pero sin sospechar que se trataba de su propio pelo. 

Poco a poco las muñecas de Doña Herminia ganaron fama en el pueblo y comenzaron a ser muy apreciadas por visitantes que llegaban de vez en cuando a La Cumbre por información de voz a voz, como se riegan los chismes, a buscarlas. Cuando alguien preguntaba por ellas la gente señalaba siempre con el dedo hacia el techo de la casa de las muñecas de Doña Herminia.  Pero las muñecas que más vendía tenían el pelo de lana de cientos de colores, las de pelo de verdad eran exclusivas, no se vendían y no las mostraba al público. Con el tiempo la venta de muñecas se convirtió en una buena fuente de ingresos extra para ella y su hermana.

El tiempo pasó, tal vez, pasó demasiado tiempo y los  hijos de Doña Herminia crecieron y se alejaron para estudiar en la gran ciudad. Alicia se convirtió en una emprendedora con una fábrica de calzado femenino muy apreciado en el mercado local. Jorgito por su parte se graduó de abogado  y se vinculó con la fiscalía.

Doña Herminia se quedó sola viviendo en la casa con su hermana Ercilia. La escuela se cerró y ya viejas, cansadas y aburridas continuaron elaborando  las demandadas  muñecas de trapo  en la Cumbre. Ya no tan bonitas, ni tan delicadas pero al fin y al cabo muñecas. Quedando las dos mujeres solas en la casa que se veía cada vez más abandonada.  

Cierto día me llegó el rumor de que la estaban vendiendo. Un vecino me consiguió el teléfono fijo de Doña Herminia y al preguntarle por la casa me dijo bruscamente que no la estaba vendiendo. Así que con tristeza supuse que era uno más  de los chismes del pueblo.  Pasaron algunos años y alguien me comentó que a Doña Herminia le habían descubierto un  tumor canceroso en el cerebro que le acortaría su existencia sobre la tierra. Y así fue, al año moriría en la más tremenda miseria. Al igual que su hermana Ercilia quien un par de años más tarde también falleció en la soledad de esa casa.

La casa la heredó su hija Alicia quien según comentarios de vecinos se había olvidado de la existencia de su mamá al igual que su otro hijo. Al parecer ella le compró la parte de la casa que le correspondía a su hermano y así tomo posesión total de la propiedad.

Después de algunos años los vecinos volvieron a informarme sobre la venta de la de esta propiedad pues conocían de mi real interés. Así que me dirigí hasta el lugar donde estaba la casa lote, me paré frente a la  reja de varillas de hierro soportadas por dos columnas de color rojo de unos dos metros de alto, miré el jardín completamente olvidado, un letrero desdibujado que  decía: “Perros bravos”, un árbol de carbonero solemne  abandonado en la mitad de la parcela,  algunos  árboles desgreñados de limones  y todas las matas descuidadas  que algún día seguramente fueron bellas.

Llamé al número de teléfono que aparecía en el letrero fijado con alambre a la reja. Me contestó Alicia Vergara quien era en este momento la titular de derecho real de dominio del inmueble. Al final de la conversación acordamos  los términos y el  proceso de compraventa para realizar los documentos notariales en la semana siguiente.

 La casa de Doña Herminia estaba ubicada en el barrio central conocido como  “La manzana” en la calle 1ª a unos 30 metros de la iglesia principal. El lote estaba sobre un terreno que desciende aceleradamente hacia un zanjón profundo que Doña Herminia tenía prohibido a sus alumnos visitar. En el centro del lote se encuentra  la casa, que desde la calle deja entrever su techo de teja de barro antiguo. Tenía en su entrada un pequeño estadero con   una baranda   de balaustres de madera pintados de rojo. Una puerta a  la altura de la cintura con dos naves pequeñitas  que se abrían para dar paso a la sala comedor y cocina.  El jardín en sus tiempos fue hermoso. Albergaba tres alcobas cada una con una ventana. Todo el piso era de tablas de madera en muy mal estado que traqueaban al paso de las personas, y en ocasiones con suficiente espacio para dejar ver el sótano que estaba por debajo, al cual se llegaba por una escalera de madera destartalada que estaba al final de la cocina. La vejez se veía por toda la casa. Las paredes eran de tablas de madera con tapa luces que en alguna época fueron  bien presentadas y que  con los años mostraba  el vaho que se escurría por  todas partes, las paredes, las  puertas y las ventanas.

Cuando Doña Herminia y Ercilia murieron la casa fue saqueada por los vándalos de la Cumbre que dormían y utilizaban inicialmente el estadero para reunirse a fumar marihuana, meter bazuco,  drogas, y tener relaciones sexuales. Posteriormente franquearon la puerta principal y se robaron todo lo que era posible vender: el inodoro, las llaves y las instalaciones  hidráulicas, los cables de la electricidad. Quedó completamente en ruinas. Pero para mí, que la había visto cuando era una casa bonita en el pueblo de la Cumbre, su diseño pueblerino, sus ventanitas, su atractivo estadero y pequeño corredor, pensé que sería  posible  repararla para volver a ser la casa de madera de paredes color blanco azulado, y puertas y ventanas rojas,  que tanto me gustaba.

Contraté maestros expertos en trabajos de madera que  vivían en la Cumbre, pero cuando la examinaban les parecía muy difícil reconstruir la casa. La carcoma había triunfado y el comején estaba por  todas partes. El piso no soportaba las caminadas de nuestras propias pisadas y las paredes ya no estaban dando el plomo vertical que facilitara su arreglo.

También me comentaban sobre los rumores que corrían por el pueblo de que del sótano de la casa salían voces y se escuchaban  risas de niños  cantando y  jugando. Decían que en algunas noches  se veían  sombras que de pronto aparecían como  proyecciones en las paredes a  la entrada de la casa.  Y se mostraban un poco nerviosos, pero no he sido supersticioso y no le prestaba atención a este tipo de comentarios.

Finalmente, decidí contratar un profesional ingeniero para valorar el estado estructural de la casa. Revisó cuidadosamente todos los espacios y al final me dijo:

-Creo que hay que sacrificar la casa. Los pisos no resisten, la madera está podrida,  y los soportes de madera que están en el sótano no aguantarían la construcción de un nueva casa encima.  

Sin más remedio, sobre el mismo espacio, se construyó una casa de cemento y madera al estilo cumbreño con ventanas en colores verdes y naranja en madera, paredes de ladrillo y  techo en color verde  tratando de   imitar ligeramente la casa antigua. La nueva  casa cuenta con espacios un poco más amplios y un par de terrazas en forma de L para airear la vida: un jardín al frente conservando el árbol carbonero en la mitad, y los dos árboles de limones. Las matas que poseía  desparecieron para dar lugar a un hermoso y exuberante jardín de bromelias, buganvilias, y heliconias  que adornan el espacio en armonía, transmiten paz y tranquilidad al entorno.

El  sótano era  un espacio muy pastoso, grande y  oscuro al cual se llegaba utilizando una  escalera de palitos muy frágil, abandonada por el tiempo, peligrosa para descender. Allí se botaban muebles viejos, sillas, cajones y cosas que no servían. Un trabajador al comenzar a excavar en un rincón del depósito, a una profundidad aproximada de medio metro  encontró una pequeña caja de cartón humedecido con mal de tierra y carcomido con dos muñequitas de trapo. Estaban  bien envueltas en una tela de color rojo. Una muñequita era más grande que la otra. Y tenían cada una pelo entrecano largo hasta los pies. Sus cuerpos de tela sucios y agujereado aterrorizaban  a la vista . Me estremecí al verlas como se parecían a Doña Herminia y Ercilia. Y hasta llegué a pensar que era su pelo envejecido y alargado . Decidimos con mi esposa e hija ponerlas  a secar al sol y luego quemarlas para que no quedara el recuerdo. Las cenizas las enterramos y en el entorno sembramos una bellas hortensias.

Con este hallazgo desaparecieron los rumores de los fantasmas y remanentes. La nueva casa construida encima borró el tiempo pasado y derritió la historia de los fantasmas de las muñecas y los  ruidos de los niños jugando y cantando en el jardín que circulaba en La Cumbre. Sin embargo, hay que recordar que en la memoria colectiva de la gente los fantasmas si existen, son una creación de la imaginación hasta tal punto que el que quiera mirar que vea, el que quiera escuchar que oiga y el que quiera tocar que sienta.

Siempre se ha dicho en el argot popular que las brujas “no existen pero que las hay las hay”. Son fenómenos paranormales que se asocian con componentes mentales que son realidades en la memoria comunal. Ya han pasado siete años después de la construcción de la nueva casa y no tenemos todavía evidencia de las sombras en las paredes y los cielos rasos, o  ruidos, cantos y música en jardín infantil de Doña Herminia. 

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