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martes, 28 de junio de 2022

Mi perro y yo en pandemia

 

Clemencia Gómez

Hasta que no hayas amado a un animal, parte de tu alma estará dormida. 

Antole France (1844-1924), premio nobel de literatura 1921.   



Calles solitarias y bajo fluir de vehículos, hacen parte de la nueva realidad, aislamiento y protección dos palabras que marcan la exigencia de los entes gubernamentales, para frenarlos contagios generados por la invasión del intruso visitante denominado Covid 19.

No me transo con el encierro, mi perro me invita a caminar, se convierte en el pasaporte de salida.   Nadie parece tener prisa de llegar a algún destino, la angustiosa carrera de nuestro planeta ha disminuido, el entorno se muestra amigable y dadivoso, parece pintado para los dos, nos dejamos abrazar por él.  

Muertos, Ucis, medicamentos, precauciones, estadísticas, recomendaciones, quedan atrás, es hora de retomar la vida, de vivir sin la angustia del entrometido forastero, nos perdemos en la calma de las vías y los parques, ellos nos ofrecen su reposada compañía.

La urgencia de una ambulancia me regresa a la rutina, una leve culpa cruza por mi cabeza ¿debo estar triste o acaso preocupada?, continuamos el camino, observo las plantas sin la urgencia de otros días, resalto el color de las flores, los árboles me parecen más altos y frondosos, el canto de los pájaros lo advierto con mayor fuerza, el ambiente por el que caminé días atrás, hoy lo veo con ojos diferentes ,soy consciente de la generosidad y fuerza que nos dedica la naturaleza.

Interpelo a mi peludo en el camino, ¿dónde están los perros?, no escuchamos sus ladridos, somos los únicos intrusos, recordé el fenómeno del silencio perruno que percibí en Suiza, -estamos en Colombia-, le dije a mi compañero. Por un instante soñé con una patria alegre y en paz.    

Y ¿qué tal jugar a quién vive allí dentro de cada morada?

Después de apreciar las fachadas, un interrogante aparece.

Puerta exterior atascada con follaje seco, ¿estarán los corazones marchitos, como las hojas que obstruyen la salida?, periódicos enrollados en las rejas, ¿qué noticias no quiere recibir la familia hoy?, manchas de humedad dispersas en los muros, ¿será el símbolo de la frialdad interior de quienes allí habitan?  paredes despintadas por el tiempo, ¿hace cuánto no dibujas una sonrisa en tus labios?, basura derramada en el jardín, ¿cuándo fue la última vez que desechaste situaciones inútiles?   

La prisa de una señora que pasa por mi lado, interrumpe el juego, después de entregarme la caja vacía de un medicamento me repite- “dígales que usted está buscando una droguería”, “dígales que usted está buscando una droguería”. Metros adelante observo un carro de la policía que cruza la esquina, comprendo su insinuación. Asustada decido regresar a casa con mi perro.  

El alud informativo me espera en la puerta: Incremento en los despidos laborales, aumento en el número de contagios, Ucis insuficientes, demora en la salida de la vacuna, movimiento antivacunas, niños metidos en la virtualización de la formación, inquilinos sin dinero para el arriendo, incremento en el costo de los alimentos básicos. Busco otra opción informativa, la verborrea presidencial ha comenzado, alivios financieros, pregona el mandatario, ¿acaso no se convirtieron en intereses acumulados que los bancos cobraron a los deudores hipotecarios al finalizar la pandemia?, vuelos humanitarios, ¿humanidad con tarifas de 10 y 12 millones?, control al gasto público, ¿representado en publicidad oficial, por más de $20.000 millones para mejorar la imagen del presidente?  Apagar, resultó la mejor alternativa.

Me recosté en el sofá junto a mí perro, y allí le pregunté: ¿Qué sorpresa crees tú que mañana vamos a tener?

 

 

 

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