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lunes, 20 de junio de 2022

Señales

 

María Fernanda Domenici


  

Todo empezó en una fría casa de estilo colonial: un solo nivel, zaguán, patio central con piedras de río, y un solar con árboles frutales. Aquí vivirá el protagonista de nuestra historia, un hombre casado, dos hijas, una esposa supersticiosa, temerosa de Dios, fiel católica hasta la médula. Habían comprado la casa seis meses antes a un precio sospechosamente atractivo. La casa les ofreció estabilidad y gozo; todos pensaron que había sido la mejor inversión.

Una noche, Lucía sin poder conciliar el sueño, escuchó un sonido crepitante. Intrigada, se levantó de la cama, dejando a Javier sumido en un profundo sueño. Al llegar a la sala, alcanzó a divisar que algo al pie de una de las ventanas ardía, se llenó de terror, regresó a la habitación, y zarandeó a Javier. 

           ¿Qué pasó?–exclamó soñoliento.

     ¡Ay Javier, he visto una flama en la sala!–dijo Lucía nerviosa.


Javier la miró de soslayo, se levantó y se dirigió a la sala, al llegar, no vio nada, ni fuego, ni humo, nada.

   Ahí no hay nada, cómo así que una flama en la sala, ¿estás segura de lo que viste? 

    Sí Javier, acabo de verla, justo ahí–dijo señalando hacia la ventana.

           Él se acercó, inspeccionó todo en detalle, se volteó y dijo.

    Estás imaginando cosas, ahí no hay nada, vuelve a dormir.

Ella, sin entender lo que acababa de pasar, le juró que no había sido una alucinación, y regresó a la cama preocupada y pensativa.

Pasados dos días, al parecer todo había vuelto a la normalidad, Lucía había olvidado el incidente, y todos parecían haber recuperado la cotidianidad, pero a la siguiente noche, se escucharon ruidos provenientes del mismo lugar.  Lucía, no quiso asomarse, temblorosa, se quedó en cama y se tapó con la sábana hasta la cabeza; escuchó unos pasos, cerró los ojos y luego sintió una mano y una voz que la llamaba.

     Mamá, creo que hay algo en la sala –dijo Helena, la hija mayor, con un hilo de voz –¿no lo escuchas?

    – ¡Ay Helena!–dijo echándose la bendición–la otra noche fue lo mismo, fui a ver y había una flama al pie de la ventana, pero cuando llamé a tu papá para que fuera a ver, ya había desaparecido. Él creyó que todo había sido mi imaginación.

Helena se crispó.

 

    –¡Mamá!, no me digas que esta casa está embrujada –dijo aterrada–¿será algún espíritu?

     –¡No lo sé! 

    ¡Mamá, papá!, ¿qué está pasando? –gritó Clara, la segunda hija, quien había irrumpido en la alcoba

Javier se despertó al ver a sus dos hijas y quiso saber la causa del barullo.

 

     –Papá, hay fantasmas en la casa –afirmó Helena decidida– tú no te enteras porque te acuestas a dormir y caes como muerto, pero vengo de la sala y ahí se ven y se escuchan cosas raras; mamá ya me dijo que la otra noche vio una flama y tú no le creíste, yo hoy escuché pasos papá, como si alguien fuera de un lado a otro.

      ¡Sí papá!– indicó Clara temblorosa– yo creí que ustedes estaban despiertos, y fui a ver qué pasaba, y me encontré con una flama al pie de la ventana de la sala, luego escuché caer unas monedas, ¡pero ahí no había nadie!

  Javier salió rumbo a la sala, al llegar encontró una inmensa brasa incandescente,flotando. Su mente quedó en blanco, dio media vuelta y regresó a la habitación.

En la mañana, tras una noche intranquila, decidió que lo mejor era enviar a su familia durante un tiempo con su suegra. Ella al enterarse, les dijo que seguro lo que había en la casa era un entierro, que deberían cavar. Javier trajo dos peones de su entera confianza, para que ayudaran con la excavación que requirió un día y medio, al cabo del cual, una de las palas golpeó con algo.

          ¡Patrón, aquí hay algo!–gritó uno de los peones.

Comenzaron a retirar la tierra hasta encontrar una enorme vasija, que contenía una gran        cantidad de piezas de oro. Al seguir cavando encontraron joyas, esmeraldas y restos              óseos.

   ¡Nos sacamos la lotería!–dijo Javier visiblemente emocionado– imagínate todo lo que podemos hacer con el dinero que nos den por esto.


En la noche, solo en su habitación, Javier caviló sobre el hallazgo, ¿qué debía hacer?, se preguntó, su esposa no quería seguir viviendo en la casa, lo había dejado claro, no viviría en una casa donde había un esqueleto; no hay nada que pensar, dijo, taparían el hueco, y pondrían en venta la casa.

 

Agobiada, Lucía pensó que aquello era una obra profana, se sintió culpable y temerosa por el acto reprochable y egoísta, no era posible que su familia dispusiera de un tesoro que no les pertenecía, se preguntó si con el tiempo, la vida les cobraría aquel acto de saqueo, y con firmeza dijo:

        Javier, no podemos quedarnos con esto, esas cosas no nos pertenecen. 

Él, sin comprenderla, le dijo en un tono que no admitía reproches:

       Nos quedaremos con los objetos, por derecho nos pertenecen, los he encontrado en nuestra propiedad. Y no se hable más del asuntotras lo cual, salió de la casa dando un portazo.

Lucía tomó las joyas, las guardó en una bolsa, y salió de la casa.

 A su regreso, Javier buscó por todas partes el tesoro, le preguntó a Lucía qué había hecho con los objetos, y ella respondió:

 

 ¡Los he donado a la Iglesia, era lo correcto!

 

 

 

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