Vistas de página en total

jueves, 27 de septiembre de 2018

Regalo para él




Clemencia Inés Gómez


Cruzamos el infinito a cada paso, nos encontramos con la eternidad en cada segundo.
Rabindranath Tagore


José, el padre, un hombre rudo y poco expresivo, se encerraba en la habitación para disfrutar a solas de dulces y galletas, a pesar de las prohibiciones médicas por su avanzada diabetes. Trabajaba manejando un furgón, repartiendo productos de consumo masivo en las tiendas de la ciudad. En algunas ocasiones, cuando terminaba la jornada laboral y se encontraba de buen genio, premiaba al pequeño Robinson subiéndolo al vehículo y dándole una vuelta cercana a la casa, amarrado al cinturón de seguridad.

La noche del 13 de mayo, un fuerte aguacero con borrasca sobresaltó al niño. Blanca le leyó, como de costumbre, un cuento sobre los animales y el bosque, lo que le permitió recuperar la calma y conciliar el sueño. El niño se despertó sobresaltado a las 3 de la mañana y corrió hacia el cuarto de sus padres llorando, sólo atinaba a repetir: “Ande, ande, muy ande…”. Blanca y José trataron de interpretar lo que había soñado su hijo, era la primera vez que algo interrumpía su plácida manera de dormir.
Pasado un mes del terrible sueño, Blanca preparó de cena una tortilla española, quiso que Robinson visualizara el mundo como el gran globo, trajo del canasto la papa más grande y se la entregó pidiéndole que la moviera, le habló de su desplazamiento, luego partió una papa cocida por la mitad, al tocarla con el dedo índice, sintió su calor por dentro. El niño se quedó pensativo y exclamó: “Ande ma, ande ma…”, entonces Blanca recordó lo que había dicho aquel 13 de mayo, cuando despertó sobresaltado.
Finalizando agosto Blanca buscó en libros y periódicos recetas diferentes para sorprender a Robinson en su cumpleaños, el 15 de septiembre. Salió de la cocina y observó por la ventana del cuarto que el niño, parado en la cama, lanzó con fuerza a su amigo Choncho, el oso de peluche: “Choncho, o soy ferte, tú no eres ferte Choncho”, y tras repetir: “Choncho, o soy ferte, tú no eres ferte”, saltó de la cama encima de él. Blanca, sorprendida, interrumpió su juego y lo regañó por haberle descosido la cabeza. A la hora del almuerzo, Robinson saboreó su sopa de verduras con papa y una vez vio su plato vacío, apuntó con su dedo índice al de Blanca: “Ma, tú tenes pitas, yo no teno pitas, yo no teno pitas”. Ella le compartió las papas que le quedaban del almuerzo.
El lunes 1º de septiembre amaneció oscuro. Robinson, que usualmente se levantaba a las 7, continuaba durmiendo cuando Blanca escuchó un golpe fuerte contra la ventana del cuarto, entró y observó que ni siquiera el ruido pareció despertarlo, se asomó por la ventana y vio un pájaro que despegaba vuelo de un árbol frondoso del patio. Regresó tranquila a la cocina.
Concentrada en las actividades del día se encontraba Blanca, buscando recetas e ingredientes cercanos a su bolsillo para complacer al pequeño Robinson cuando sintió al niño en el pasillo, que ya se había levantado. Había amanecido dispuesta a complacerlo primero con un buen desayuno, como a él le gustaba, chocolate espumoso, arepa y queso. El almanaque de la cocina marcaba 10 de septiembre, Robinson sonriente alzó su mano izquierda: “Cinco ma, cinco”.
El timbre en la puerta los interrumpe, es Magnolia, una vecina que trae de regalo unos envueltos recién hechos. Robinson se queda en la cocina, mientras Blanca abre la puerta. Aprovechando la ausencia materna, él corre una silla pequeña hasta el almanaque, cuando ellas entran a la cocina, el niño se encuentra arrancando algunas hojas. Magnolia observa la cara de la madre, entre risueña y molesta, Blanca sólo atina a regañarlo, bajándolo de la silla. En el suelo el niño repite: “Cinco, cinco, cinco”, y sale molesto hacia su cuarto.
Un fuerte pito cercano a la vivienda, similar al de la volqueta de su padre, atrae la curiosidad del niño y lo saca de su habitación, aprovechando la visita de Magnolia. Lleva en sus brazos a Choncho. La puerta principal ha quedado ligeramente abierta. “¡Empújala, Choncho!”. En ese momento, un furgón retrocede buscando espacio para cuadrar en la tienda de la esquina. Robinson agarra de su mano izquierda al oso, quien se salva de ser aplastado, en tanto que el cuerpo del niño queda atrapado bajo las llantas traseras del vehículo. Los gritos desesperados de los vecinos llaman la atención del conductor. Blanca los escucha y sale corriendo, encuentra a su hijo moribundo, tendido en el pavimento, bañado en un charco de sangre, en tanto que el oso permanece impávido rozando la mano izquierda del niño. Las fuertes súplicas de Blanca se escuchan en toda la cuadra: “¡No te vayas mi niño, no te vayas! ¿Por qué Dios mío, por qué?”. La mitad de su cuerpo ha quedado completamente aplastada sobre el andén. Llora desconsolada al tocar sus manos: Robinson ha dejado de respirar.
La angustia se apodera de Blanca cada noche. Tres meses después de su muerte, sueña que el pequeño Robinson le repite de manera incesante: “¿Ma, tú tenes pitas? Yo no teno pitas”. Sobresaltada se levanta a servirle un plato con papas. Al encender la luz de la cocina, una mariposa blanca sale por la ventana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario