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miércoles, 24 de mayo de 2023

“Cayó el zorzal y se rompió la lira”

 Eduardo Toro

Era una tarde de l.959 y una placa de bronce, entre muchas otras, puestas en un sitio emblemático del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, llamó mi atención por su belleza y su profundo mensaje. Ilustra la placa que Carlos Gardel ocupa un lugar especial en el corazón milonguero de los paisas y en el espíritu tanguero del mundo; muestra un pequeño pájaro que cae muerto sobre las cuerdas rotas de una bandola y un letrero en bronce que reza “Cayó el Zorzal y se rompió la lira”, firmado por la inolvidable cantante  de tangos y actriz de cine  Libertad Lamarque.

No sé si  el monumento hecho de placas firmadas por artistas, pintores, compositores, cantantes, escritores existe todavía, o el tiempo y las ampliaciones urgidas por el progreso lo desplazaron a otro lugar o el corazón milonguero de los paisas lo dejó plantado en su sitio original para bien de la historia. Una o varias placas citan con certeza: A Carlos Gardel, 1.890- Medellín 1935.  Medellín 1935 que era una verdad que llenaba de orgullo y dolor a los paisas, porque los ponía “mano a mano”  con la historia sin final del fenómeno del tango.

Varios lugares se disputaban la nacionalidad de Carlos Gardel, entre ellos Toulouse Francia, Buenos Aires Argentina y Tacuarembó Uruguay. En la conmemoración de los setenta años de su trágica muerte, ocurrida el 24 de junio de l.935 en un accidente aéreo en la ciudad de Medellín, un equipo de investigadores dio a conocer el resultado de años de pesquisas sobre la verdadera nacionalidad del Zorzal Criollo. Se concluyó, con pruebas irrefutables, que el nacimiento de Gardel se produjo en Toulouse Francia el día once de diciembre de l.890, aseveración respaldada con una copia autenticada del Registro Civil, documento que certifica que  es hijo de Berthe Gardes, expulsada del seno de su familia por su condición des madre soltera, vergüenza que la  empujó a emigrar a Buenos Aires en compañía de su pequeño hijo de dos años y tres meses de edad.

Los investigadores desestimaron los reclamos de Tacuarembó, nombre que suena a tango derramado, al concluir que Carlos Gardel sí solicitó alguna vez la nacionalidad uruguaya, pero solo por razones de conveniencia para calificar por un pasaporte que le permitiera moverse de un país a otro, porque a pesar de tener la naturaleza argentina, nunca se legalizó como tal, acumulando problemas de identidad para asuntos civiles y militares.

Con la muerte de Carlitos, la fiebre Gardeliana se expandió por todo el mundo, sus canciones fueron escuchadas hasta en los más recónditos lugares. Su patria nutricia lo lloró cubriendo de lágrimas la campiña francesa; Tacuarembó silenció, en el sabor a fruta  de su nombre,  los bandoneones para que la Cumparsita se doblara en arpegios de lamentos;   Japón atisbó, desde   los ojos oblicuos  de  las Geishas, la congoja del Río de La Plata y la  extensa Pampa. Y Argentina, en su “Buenos Aires Querido” todavía al “evocarlo se les pianta un lagrimón”; New York y Hollywood, lloraron a su ídolo en los ojos de falsas percatas platinadas. En todos los rincones del planeta se vivió la pasión del tango barriobajero, “porqué el tango es fuerte, tiene olor a vida, tiene gusto a muerte…”

En Yaburí, un lejano y aislado municipio del nordeste antioqueño, se vivía, por aquellos tiempos, largas vigilias de penitencia y duelo. Los tangos se oían como en misa y las letras de los tangos se recitaban como oraciones; pusieron crespones negros en las puertas del Café Pilsen y las dejaron abiertas las veinticuatro horas del día, sólo Gardel, desde las entrañas de una victrola, alzaba su voz de malevaje para quedarse anclada en el alma montañera de los paisas.

El Café Pilsen se parecía  más a una cantina grande: sobre el lado derecho del salón se levantaba un mostrador de madera que cubría la mitad del espacio y encima un reverbero de alcohol; atrás una estantería surtida de botellas de ron, aguardiente, cerveza y cigarrillos pielroja, pierrot y dandi; cajas de fósforos el rey,  un manojo de yescas y tabacos regalía; dos frascos de cristal surtidos con confites de anís; las mesas y asientos apiñadas alrededor de una victrola de manivela; sobre la pared del fondo daba la bienvenida un retrato de Carlos Gardel de medio perfil, que sonreía con estudiado gesto, y el sombrero de ala doblado gentil sobre la frente. Todas las paredes estaban cubiertas por fotografías y afiches de sus películas; Una fotografía enorme de la bella española Imperio Argentina, compañera de reparto en   su película Melodía de Arrabal y, enmarcado, en letras de estilo, el poema del tango que daba título a la película, que aseguraban, Gardel había escrito inspirado en las calles empedradas de Yaburí. Canejo era el cantinero y atendía diligente los pedidos que le hacían las coperas Margot, la soñadora, y Sonia que llevaba en su cara la marca indeleble de un barberazo.

Las muchachas de bien salían de sus casas acicaladas para asistir a la Santa Misa, pero extraviaban el camino del templo, para tomar lugar en el Café Pilsen situado en la Calle Estrecha, a escasos cien metros de la Iglesia. En los brazos de los mozos comulgaban, marcando en riguroso orden y con elegancia de salón, los treinta y tres pasos que hacen  del tango  el  más sensual y acrobático   de todos los bailes, era un réquiem compadrón   al más grande entre los grandes.

Cuando en Yaburí se supo que argentina reclamaba a las autoridades civiles de Medellín el cuerpo calcinado de Gardel y que también Francia y Uruguay solicitaban sus cenizas, el pueblo se movilizó y envió una comisión a Medellín para reclamar, con el derecho que les otorgaba el  tener formalizada  una cofradía de cultores del tango gardeliano, el cuerpo calcinado del cantor, prometiendo que en Yaburí se levantaría un formidable monumento al tango y a su más grande exponente. También prometieron que sus cenizas permanecerían en exposición  en una urna de cristal en el Café Pilsen y que estaría vigilado día y noche por una lámpara de aceite de higuerilla.

Pero no sólo Francia, Tacuarembó, Argentina y Yaburí reclamaban el honor y el derecho de ser custodios de  las cenizas de Gardel. Medellín  también se reservaba el derecho de   tenerlas, pero recibió miles de solicitudes de todo el mundo con iguales pretensiones. Se pensó, entre muchas otras ideas, dividirlas para entregar a cada quien una porción. Finalmente se acordó ceder a las pretensiones de Buenos Aires, presionados por el Albacea nombrado por la madre del cantor.

El 17 de Diciembre de 1.935, la compañía  transportadora Expreso Tobón, despachó secretamente por tren, vía Medellín-La Pintada, una caja metálica forrada en cera, con las  cenizas de Gardel. La transportadora asumió el riesgo comprometiéndose a guardar el secreto del contenido de la caja; a no pernoctar en ninguna fonda caminera y a no consumir licores. La caja es recibida en Valparaíso y encargada a dos conocidos arrieros para que, en compañía de una recua de mulas y un grupo importante de peones, la llevasen hasta Supía y Riosucio, en donde es recibida en el atrio de la Iglesia por el señor cura, quien ordenó, en consulta con el alcalde, se abriera la caja pues se creía que escondía, de contrabando, armas para los liberales o para los conservadores. En camión fue llevada hasta Armenia el día 21 de diciembre y se despachó vía tren a Buenaventura, puerto que decide atender la solicitud gringa emprendiendo la ruta Canal de Panamá el 29 de diciembre y los restos llegan a New York el día 8 de enero de l.936.

Finalmente, el 19 de enero parte un barco con rumbo a Buenos Aires que hace su arribo al Barrio de   La Boca el día 5 de febrero, en medio de una multitudinaria demostración de dolor. Doña Berthe Gardes, recibe las cenizas de su hijo y el día 6 de febrero son depositadas en el Cementerio de Chacarita, morada final del cantor y poeta  de tangos más grande de todos los tiempos.

“Se apagaron los ecos de su reír sonoro” y el mundo sigue siendo un solo Buenos Aires. Sus películas, su extensa producción discográfica y tanto material fotográfico, hicieron que siguiera vivo en el corazón del universo. No solo Tacuarembó, voz cadenciosa de tango y bandoneón, se quedó esperando sus cenizas, también en los rincones más apartados abrigaban la esperanza de tenerlas. Entonces la marrulla de los paisas no se hizo esperar y salieron a vender por los pueblos y veredas de Antioquia, a un costo de tres centavos, relicarios con cenizas de Gardel, que garantizaban eran las verdaderas, porque para Argentina fueron enviados los restos de uno de sus compañeros de tragedia.  Recuerdo cuando llegaba a mi casa de Yaburí Locadio, tío de mi madre, con su cabello engominado, ostentando con una bolsita de tela que contenía cenizas de Gardel, celosamente guardadas en el pliegue secreto de su carriel envigadeño.

 

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