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lunes, 27 de diciembre de 2010

Falsos positivos

                   Maria Eugenia Alonso

La madre nunca quiso decir quién era el padre,  eran  idénticos físicamente pero en lo más hondo de sus  almas eran lo seres más contradictorios.
-         ¿Por  qué siempre le sirves el mejor plato a Helmer? ¿Acaso él tiene corona?
-         ¡Si sigues discutiendo te quito el plato y te vas!
Horacio tenía  un pequeño lunar en la oreja izquierda, eso lo diferenciaba de su hermano pero la mayor diferencia era su carácter imponente, rudo y grosero, se ponía insoportable cuando bebía, por eso la madre le pasaba factura recordando a su marido, el teniente de la policía que fue encontrado muerto a las afueras de la ciudad.
-         Para eso sí tienes, para llenarte el buche de trago y no traes un peso a la casa, yo me rompo el lomo para pagar los servicios y la comida que te tragas.
-         Por eso me quiero largar, un día de estos….
-         Un día de estos apareces muerto por ahí, Dios sabe con quién te estás juntando.
-         Ya me dañaste el día vieja  ¿no te puedes quedar callada un minuto?
-         ¿Que me quede callada? Mírate, a veces desearía que te murieras, que no me trajeras más problemas ¿por qué no te largas y no vuelves?
Helmer entró en ese momento y abrazó a su madre, le besó la frente, y limpió sus lágrimas, Horario apenas miraba la escena y su rabia se encendía aún más,  seguía gritando y maldiciendo, mientras su madre le refutaba que olía a alcohol; la discusión se esparcía en todos los niveles, dardos iban y venían por todo el cuarto.
-         ¡Ya, basta!  Se van a calmar los dos, tengo que darles una noticia. Rosa y yo estamos esperando un bebé.
La madre cambió las lágrimas de dolor por lágrimas de alegría, se abrazaron, lloraron y empezaron los planes para traer a Rosa a casa, Horacio salió sin que ellos se dieran cuenta, viendo un cuadro, ridículo para su pensar.
Rosa era una mujer de mediana estatura pero con un cuerpo envidiable, cantaba hermoso  pero este don no pudo cultivarlo por falta de dinero y ahora por la llegada del bebé.  Su presencia se  hizo notar tan pronto llegó, aunque no era sumisa,  le hacía caso en todo a su suegra, posiblemente era el truco para que todo marchara bien.
Para Horacio era una tentación, sudaba cuando estaba junto a ella, a los 25 años  nunca había sentido el mareo que ella le producía, aunque su abdomen se iba inflando cada día, su belleza iba en  aumento también, era la única que lo hacía tartamudear y lo hacía callar. Se quedaba mudo cuando en las mañanas cantaba mientras hacía el desayuno, no podía ocultar el amor que comenzaba a florecer por la mujer de su hermano, rumiando cada día el  sueño que tuvo:
       Fue imposible quitar la mirada, desnuda en la ducha, el agua corría por los senos erguidos, por sus muslos y caían sobre sus menudos pies, ella me vio,   me hizo la seña que entrara, no dudé ni por un segundo, la tomé entre mis brazos y nos besamos, el agua se metió entre nosotros pero a medida que bajaba por mi ropa, se convertía en sangre, la aparté bruscamente y salí corriendo de allí.
Helmer llevaba 6 años en el ejército. La madre fue despedida del trabajo. La familia, aunque pobre, no carecía de nada,  pero la situación empezó de mal en peor,  se atrasaron los pagos, él ya no era el mismo con Rosa, empezó a despreciarla por haber quedado embarazada; ahora  la  madre llora por ese hijo bueno.
Cuando el universo respira, muchas veces se lleva a alguien con él, muchos desaparecen así, pero otros desaparecen  porque hay otros que quieren que desaparezcan.
-         Eso me dijo doña Clotilde, pero mija la verdad no entendí nada.
-         Esa vieja bruja sólo quiere sacarle plata a le gente, sumercé no tiene por gastar lo poco que tiene para dejárselo a ella. No le ponga cuidado.
Semanas más tarde la madre supo que la doña tenía razón y tuvo que luchar, no con el universo, su lucha fue aún más fuerte…con los otros.
Los gemelos se encontraron en el bar del barrio, por primera vez  se abrazaron  y por primera vez  tomaron juntos hasta embriagarse,  hablaron de muchas cosas, de amores y desamores, de amarguras, de trabajo, de la madre  y de Rosa…
Todos los vieron salir en grupo, todos los vieron reír por primera vez y todos los están esperando ahora. El universo respiró según Clotilde pero no fue eso, fueron los otros.
Helmer apareció hacía el mediodía, traía la noticia de la desaparición  de su hermano Horacio, nadie lo había visto desde la noche anterior, no contestaba su teléfono, algunos decían que se habían subido a un carro lujoso, otros que les habían ofrecido trabajo en otra ciudad, otros que la guerrilla los había secuestrado; la madre agachó la cabeza sin decir palabra alguna, Rosa lloró y lamentó la desaparición de su cuñado pero no se resignó:
-         Hay que tener fe, a lo mejor se fue con una vieja de esas. Esperemos que haya más noticias.
Ninguna se percató que Helmer traía unas bolsas de mercado,  repletas, parecía un mercado estrato seis. Empezó a acomodar todo en la nevera, mientras Rosa lo observaba, intuyendo algo extraño le preguntó:
-         ¿De dónde sacaste  el dinero?
-         Hice un negocio redondo como mi cara, ya no vamos a sufrir más hambre, nunca más.
-         Nada malo ¿cierto?
Se quedó unos segundos mirando la cara que tanto había amado y que ahora despreciaba, la abrazó y la besó como nunca lo había hecho.
La madre estuvo días enteros preguntando por su hijo, nadie le dio razón. Su ánimo decayó, la tristeza y el sentimiento de culpa empezaron a hacer estragos. Rosa por el contrario cambió, se veía alegre, radiante.  Helmer parecía otro, ya no los maltrataba, eran felices, se miran pícaramente y cuando la madre salía a buscar a Horacio, la cama era testigo de su felicidad.
-         ¿Señora Beltrán? Soy de la Fiscalía General de la Nación, lamento informarle que encontramos el cuerpo de su hijo Horacio, queremos que vaya a reconocerlo.
En medio de su dolor, de la culpa por haber tratado mal, por parecerse al padre, de su favoritismo por Helmer, la madre le pidió perdón allí mismo en la morgue, lo besó en la frente, en la boca en el cabello, en su oreja sin lunar. Lo volvió a besar, y le volvió a pedir perdón.
Helmer  le  susurró cosas lindas al oído, mientras ella sonreía con pena y con deseo. Se acercó para besarlo, pero su sonrisa se desdibujó al verle el lunar negro en la oreja. Aún así, se quedó embutida  en un silencio frío, por un rato, tras el cual susurrando le dijo:
-         -Te amo Helmer.

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