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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Hilos de seda


Jorge Enrique Villegas M.

 Todo comenzó una  semana atrás cuando Toño escuchó una conversación entre personas que  departían tomando café al interior de la panadería del barrio. Había ido a comprar lo del desayuno del día siguiente. Puso en la cesta lo que había escogido y pidió un refresco. Le gustaba sentir el olor del pan en el horno. Se sentó junto a una de las ventanas del local y observaba  a las personas que entraban y salían. Fue cuando escuchó esa frase que lo intrigó y lo decidió: “uno muere el día que le toca, nunca la víspera”. Se sorprendió. Repitió el sentido de la frase: se muere el día que a uno le toca. Se preguntó en voz alta: ¿quién lo sabe? Continuó pensando: si uno se muere el día que le toca… Pues ni modo de cambiar esto. O ¿si? Mientras tanto, pasan muchas cosas. Es evidente, nadie se escapa.  Me aventuro a creer que cuando la parca llega  debe ser como una trompada  que  astilla la nariz y  nos hace  ver  estrellas multicolores antes de caer de bruces en la insondable nada. ¿Será así? Si  fuera verdad, ¿quiere decir que  estamos en la ruleta rusa del momento? Cuántos quisieran saber con tiempo cuándo sonará el disparo. Igual, casi nadie se interesa por el que le ha de tocar. Cuando suene para uno, las demás personas serán simples espectadores.  ¿Hasta cuándo podremos hacer o deshacer? –Toño - cavilando imposibles - menos mal que aún no me llega el premio. La bala  que ha de llevarme está en la recamara de la pistola que lleva el destino.
Acarició con su mano derecha el revolver que guardaba en la chaqueta. Sintió el frío metal y se estremeció.
-Probaré con mí arma para ver qué pasa...
Sacó el revólver, lo puso en su cabeza  y disparó.
-Listo – afirmó -  aún no es mi tiempo.
Guardó el arma. Toño  decidió hacer del momento su mejor ocasión. Pensó en un socio. Alguien que no temiera asumir riesgos y que no se fuera a arrugar. Pensó en Alex. Ese man con pinta de yo no fui, es manejable.
Había querido ser enfermero y se sentía menos al darse cuenta de los éxitos de los muchachos del barrio. Alex salía temprano, con un libro, una libreta y un lápiz. Recorría  las calles, escribía sentado en las bancas de los parques y regresaba tarde a casa. Hablaba con su madre de los estudios y de lo jodida que estaba la situación. No daba más explicaciones. Pensaba en el momento en que lo descubrieran. No era más que un pobre diablo. Un pobre nada. Un mentiroso. Un bueno para nada con la ilusión de  conseguir billetes. Así se le pasaban los días hasta cuando se encontró con Toño, que fumaba y tomaba una cerveza mirando pasar a las colegialas, en un bar cerca del liceo femenino.
-Hola Toño, tiempo sin verlo
-Hola Alex. Qué casualidad. Estos días lo he pensado y no sabía cómo encontrarlo. ¿Tiene tiempo? Siéntese y disfrute el paso de esas bellezas.
Algunas estudiantes sonreían al escuchar los piropos de Toño. Otras, más serias, apuraban el paso.
-¿Se toma una cerveza?
-Bueno, gracias.
-Vale. Lo hacía lejos. Alguien dijo que usted se  había graduado y que había emigrado.
-Qué va. Ganas no me han faltado. Pero no tengo dinero y ahora no estudio.
-¿Cómo así?, ¿acaso no es estudiante?
-Usted sabe cómo son las cosas. Por casa, todos los días me ven salir; camino por la ciudad y más o menos siempre hago lo mismo. Nada. Para ellos soy el estudiante y así no me joden. Para las muchachas soy un buen partido. Pero qué pendejada es todo esto. Qué basura. Me siento cansado  –fue la respuesta de Alex-.
-Yo puedo ayudarle. Le ayudo y me ayuda –dijo Toño, mientras pasaba el trago de cerveza-.
-¿Cómo así?
-Le consigo un futuro como profesional, le entrego el título que quiera. Así estará graduado. De la universidad que más le guste. Se instala en otro lugar y empieza una vida nueva, ¿qué le parece?
Lo conocían como Kitin. Ese día estaba cansado. Los párpados le pesaban y se le cerraban. En la tarde había visto una película y comido palomitas con Coca Cola. Así se olvidó del asunto por dos horas. Ahora tenía que volver sobre él. Se levantó, fue al baño y se lavó la cara. Sabía que Toño iba a visitarlo. Llovía otra vez. Hacía frío. Desde la ventana del local vio la calle vacía. “Ojalá no lo escriba, pero si lo hace, hágalo con K. Es mi sello”. Era lo que decía cada vez que cerraba un trato. Hablaba poco. Decía que sus manos hablaban por él. “Son los buriles de mis pensamientos”. Las usaba para satisfacer a sus clientes. Nunca hubo un reclamo. Sostenía que su trabajo era mejor que los originales. Por eso le pagaban la tarifa sin regateo.
Kitin había estudiado en la  academia de Bellas Artes. Su sensibilidad lo llevó a la pintura. Se enamoró de Vermeer y soñaba una y otra vez con la muchacha de la balaca y la perla en la oreja que lo miraba a él, sólo a él. Fue su obsesión. Dedicó el tiempo de la academia a imitar una y otra vez  los cuadros más famosos del pintor holandés. “Pintaré como el maestro”. Cuando lo logró se retiró. Comprendió que nada diferente podía hacer. Nunca sería famoso. Vermeer se volvió su dios. Repasaba las pinturas y se detenía en los detalles. Asumió su nuevo rol: imitar a la perfección. Por eso mismo no le gustaba que tildaran sus trabajos de burdas falsificaciones. Sentía rabia y maduraba sus odios cuando los diarios referían que encontraban obras de arte en las inversiones de los mafiosos. Los peritos se encargaban de demostrar que las tales obras de arte no eran más que simples falsificaciones. “Manada de incultos. Qué van a saber de arte. No entienden el trabajo del artesano”. Últimamente estudiaba  la obra de Van Gogh. Tenía que entregar varios “originales”. A ello se dedicaba. Cuando iniciaba una obra no paraba, no comía, no dormía. Terminaba extenuado. Desaparecía cuatro o cinco días. Después entregaba la obra.
Toño supo de Kitin por Techero, uno de los modelos de la academia que terminó en la cárcel cuando él pagaba una condena. Al  salir del hueco lo buscó, le llevó saludos de Techero y lo comprometió en trabajos sencillos, de esos, “que no hacen daño a nadie y dejan felices a muchos”. De cuando en cuando requería de diplomas. “Usted se pega de nada” le dijo Kitin. “Tranquilo. No soy el artista. Lo mío es sencillo y me da relaciones” fue su respuesta y agregó: “usted simplemente sume que le serviré cuando menos lo espere. Yo sé que trabaja sólo pero en este oficio es bueno contar con alguien de confianza. Ya tendrá ocasión de probarme”.
Una tarde, mientras recogía unos diplomas, fue testigo de una fuerte discusión. Kitin ofuscado   hacía notar que había cumplido con su parte. Había entregado la obra requerida y le habían incumplido. “Yo no trabajo así. Nada al fiado. Entrego y me entregan. Creí que usted era una persona de palabra. Lo que más me enerva es que me haya pagado con un cheque sin fondos”. Fue cuando intervino Toño. Calmó los ánimos y logró un acuerdo. En privado, le dijo a Kitin: “no se preocupe, yo le borro a ese malandro”. Así fue. Hecho el viaje, se hicieron mejores amigos.
 No podía creerlo. Alex apuraba la cerveza, lo miraba, sonreía nervioso  y preguntó
-¿Así de fácil es la cosa?
-Nada es fácil. De eso me encargo yo. Hoy en día hay tantas universidades. Me dice el nombre de una, ojala de las menos nombradas. Dígame: ¿de qué se quiere graduar? Le garantizo el diploma. Así le ayudo.
-Y yo ¿cómo lo hago?
-Desde que lo conozco ha sido juicioso, reservado, de pocos amigos. No se mete con nadie y habla poco. Eso tiene sus ventajas. Por mi parte me he comprometido en rescatar unos cadáveres…
-¿Cómo así  que rescatar cadáveres? ¿Están secuestrados o…?
-Tranquilo, ya le explico. Hay que rescatarlos para la sabiduría
-¿Cómo así?
-Hay un grupo que hace magia negra. Son desocupados de la alta. De esos que amarran hasta al diablo para luego soltar sus demonios.
“Todo se descubrió por un sapo. Un hombre sin dignidad. Un resentido. Un mal parido.” Así se lo contó Adriano, el jefe del grupo. Todos pondrían pies en polvorosa como habían acordado si llegaban a descubrirlos. El sapo no intuía el nudo que le llegaba al cuello. Tenían que callarlo. La policía descubrió veinte cadáveres en descomposición, diez cráneos y varios santuarios dedicados a la magia negra. Acordonó el barrio donde se encontraba la bodega, retuvo a varios sospechosos y comenzó a investigar. Toño supo del detenido por los diarios y los noticieros de la televisión. “Pobre diablo. Lo reventarán” fue lo que pensó. “Con el avispero alborotado, es mejor no hacer nada”. Pasaba las tardes oyendo música y tomaba cerveza. Los periódicos de los días siguientes confirmaron que el detenido había arreglado con la fiscalía. A cambio de información sustantiva, entraba al programa de protección de testigos. Reveló que con las  prácticas de magia negra buscaban agradar y aplacar a los demonios y que las ofrendas humanas eran necesarias porque así lo requería Abigor, uno de los demonios más duros. “Esa vaina de ritos, superchería, tabaco, ron, amuletos y muertos es muy jodida. Los que se meten a eso son unos berracos” –opinó Toño.

Adriano le había dicho que  por una casualidad fue  como lo conoció. “Un pelado, un mariposo llamado Techero llegó a mi casa con la empleada que me hacía los masajes. La enviaban de un spa. Había pedido un masaje a cuatro manos. Quería relajarme y olvidar un poco este desastre. La muchacha sabía de mi gusto por las cosas del más allá para vivir bien en el más acá. Me refirió lo que traían los periódicos. Recuerdo que dije que al sapo había que callarlo. Ambos suspendieron lo que hacían. Techero me dijo que conocía a alguien que podía hacerme el favor”. Y apareció usted.
Cuando Toño conoció a Adriano hablaron de negocios y de limpieza, pero sobre todo de vudú y magia negra. Toño se comprometió en callar al desleal. Conocía la cárcel y había dejado sus contactos. Solo requería buen billete para abrir los candados y callar las conciencias. “Usted sabe que la plata jode y a muchos se les ve la avaricia por encimita” -comentó. Dos días después, los noticieros daban cuenta de la muerte del testigo de la fiscalía. Sospechaban que  había sido por envenenamiento. Adriano llamó a Toño y le agradeció el favor. Lo invitó y arreglaron trabajar en equipo.
Como le estaba  diciendo –continuó Toño-, el problema que tienen ahora es que  no encuentran cadáveres. Ahora con la moda de la incineración se están acabando y como no los consiguen  en los cementerios, pues hay que encontrarlos como sea. Pagan bien. He decidido explotar esa minita de oro. Usted sabe que cadáveres es lo que hay. ¿Acaso uno no se muere a cada instante? Esa es la vida hermano, morir a cada instante.
-Sin filosofía pana, que para eso usted no es bueno –dijo Alex-.
-Es la verdad. Piense hermano. Piense. Usted es el estudiante. ¿En qué cambia adelantarle el pasaje a alguien? De todas maneras ese alguien va a morir. Nosotros podemos ayudarle. Así nos convertimos en la mano escogida por el destino o lo que sea  para que se le cumpla el tiempo. Es algo simple. Al fin de cuentas, siempre se termina muriendo en el momento que toca.
-¿Usted también?
-¿Yo también qué? -interrogó Toño-.
-¿Usted  también cree en esa pendejada?
-¿De qué habla?
- Lo que dice se parece a lo que escuché a unas amigas de mamá
-¿Y qué fue eso?
-Que uno se muere el día que le toca
-Ese es un dicho muy común –respondió Toño-  También lo he oído. Recordó que  lo había escuchado en la panadería. La gente lo repite y no piensa en lo que dice. Cuentan unas historias con las que refuerzan lo que quieren creer. Eso tiene ventajas. Hay que saber entrar y sacarle provecho a la situación. Es cuestión de tacto. De ese modo la gente hace evidente los anhelos, los sueños, los pálpitos, hasta  explican los  sustos con los que viven.
-¿Evidentes?
-Dejemos esto. No voy a discutir tontadas. ¿Usted quiere nombre, o no?
-Pues claro que sí.
-Entonces… le estoy dando la oportunidad que está buscando.
-Déjeme pensarlo. Mañana lo busco aquí mismo.
-Vale.
Ya en casa, acostado en su cama, Alex se debatía en una singular reflexión. Ése  man me ofrece un título. El título me saca del anonimato. Me instalo en otro sitio y suerte calavera. Si te he visto no me acuerdo. Pero me cabrea eso de rescatar cadáveres. Podré ser un don nadie, un estudiante, pero no un chulo. Que lo cojan y lo encanen a uno, le claven tantos años, pero es que nada es gratis. Podré tener  plata, una novia bonita, carro, ropa…sí marica pero aterrizá, ¿de qué te sirve eso si estás en el hueco? No soy ningún ladrón o algo por el estilo. Es mi oportunidad, pero me inquieta Toño. Hay un no se qué que me impide confiar. Por algo lo llaman Gorila. Parece que hasta agorero y fanático se ha vuelto. Ése man no me cae bien. Definitivamente no me gusta. A los fanáticos hay que darle de la propia medicina. Duro y a la cabeza. Que no queden con opción…
Al día siguiente Alex llegó temprano al bar. Pidió un vaso de agua e hizo que leía. Sudaba. Seguía reflexionando sobre lo que le diría a Toño. Toño seguramente encontrará quien haga el trabajo, pero entonces ¿a qué vine? Se sentía nervioso.
-Hola Alex. No creí que llegara tan temprano.  Vengo  a diario a este lugar a ver pasar una hembra que me tiene tramado. Adelantemos, ¿qué decidió?
-Listo.
-Listo ¿qué?
-Listo, acepto. Usted me ayuda con el título.
-¿De qué lo quiere?
-Enfermero.
-En tres días lo tiene. Choque esa mano y lo pongo al tanto de lo que haremos. La logística es toda mía. Escuche bien: tengo los números de los celulares de varias pintas que muchos agradecerán cuando desaparezcan. Usted escoge uno de lo números, yo llamo, si responde el man se lleva el gordo. Si no, avanzamos con el siguiente. De cada uno llevo un diario de las rutinas que realiza. De modo que no hay confusión. Llegado el momento, yo conduzco, usted dispara.
-No tengo armas y no sé disparar.
-Tranquilo, le enseño. Es fácil.Lo recogemos y al platón. Me acompaña al sitio de la entrega, recibo la paga, le doy lo suyo y nos despedimos hasta el siguiente pedido. Así es como vamos a rescatar cadáveres para la sabiduría.
-Suena todo tan fácil, tan mecánico.
-¿Cuál es la dificultad?
-Nunca he hecho algo parecido  a lo que dice.
-¿Importa? Otros cazan, pescan, sacrifican reses, matan gallinas y viven tranquilos. Todos aprendemos a matar de un modo o de otro. Es lo mismo.
-Por favor, no confunda. ¿Cómo se le ocurre decir que es lo mismo?
-Para mi si. Además, qué le preocupa. Fíjese que su contacto con la víctima es casi nada. Usted sólo escoge un número. ¿Se apunta a la tarea o no?
–¿Por qué será que con los estudiantes todo es más difícil?
- Está bien. Pero no me crea bobo. ¿No me acaba de decir que yo  le dispararé a la víctima?
-Una última observación, mientras trabajamos no quiero reflexiones, no las acepto –sentenció Toño-.
Cumplieron la tarea e hicieron la entrega. Adriano le solicitó a Toño que llevaran unas bolsas verdes y las fueran dejando en sitios distintos. “contienen restos de algunas transacciones que hemos hecho”. Toño lo miró sorprendido. “Lo mejor es que no mire el contenido. Ah, no se vaya a confundir: la bolsa amarrada con hilos de seda  lleva la paga. Van  además unos pesos extras por el favor”.  
Decidieron tomarse unas cervezas y festejar el logro. La bolsa la colgaron de uno de los asientos del bar. Las cervezas se multiplicaron hasta cuando decidieron marcharse.
-¿Trajo la bolsa? –preguntó Toño.
-¿Cuál bolsa?
Cómo que cuál bolsa. La del dinero que puse a un lado del asiento cuando llegamos.
-No…
-¿No? ¿Cómo así que no?
-Pero si fue usted quien la puso ahí.
-Rápido, vaya por ella –le ordenó Toño.
Mareado regresó de nuevo al bar y no encontró nada. Volvió donde Toño y le dio la mala noticia.
-¿Cómo así que no hay nada?
-Nada, Toño, busqué y pregunté. Nadie sabe nada.
-No puede ser. Súbase. Voy a ver qué sucedió. Los cabrones del bar tendrán que responderme por ella.
Cuando regresó estaba rabioso y echaba pestes. Refirió a Alex lo que había pasado.
-No puede ser. ¿Entonces qué hacemos?
-Trabajar. Vamos a la sede desde donde despachan a los recolectores de basura. Mientras tomábamos las cervezas pasó el carro de la basura. El tonto del empleado hizo limpieza.  Con tanto jaleo no me di cuenta y mire…
Supieron que el recolector tenía el número 37. Por la hora, decidieron ir directo al basuro. Llegaron poco antes de la cuatro de la tarde. El testigo del combustible de la camioneta mostraba un rojo encendido. ¡Mierda! Algo haremos, pensó Toño. Alex nunca había visto tantas moscas. El olor a pescado podrido y  la fetidez del agua, lo relajaron. No aguantó. Se le revolcó el estomago y botó todo lo que tenía en el. Habían llegado a Puerto Seco, el basuro de la ciudad. Montañas de basura era el infeliz paisaje. El aire descompuesto ahogaba.
-¡Qué calor! ¡Qué asco! -repetía  Alex- ¡Vámonos!  -dijo.
-Espere, falta poco para acabar con esto. Toca esperar al recolector.
 Al terminar el recorrido en los barrios, los recolectores tardan unas tres horas para llegar a Puerto Seco. Lo que no sabían  era que el carro número 37  se había estrellado al salir de la ciudad. Tampoco  que el remolque con la basura había sido enganchado a otro recolector, el número 12. Las horas pasaron. No aguantaron más y se hicieron visibles. Se arrimaron donde se encontraban los recicladores y preguntaron por el carro  37. Fue cuando se enteraron del accidente y se miraron sorprendidos.
-No puede ser.
-¿Y la basura que traía?
Estaba en la zona de la laguna, la parte más baja del basuro.
-No puede ser, no puede ser –repitió Alex-.
-Maldita suerte –expresó Toño-.
Sudaban. La resaca hacía estragos. Tenían sed.
-¿Tienen agua? –preguntó Toño-.
Les mostraron unas canecas. Toño no tuvo ninguna duda. Metió la cabeza y tragó grandes sorbos. Cuando acabó, le indicó a Alex.
-Tome agua, mompa, tome.
-Gracias, pero no.
-¿Cómo así que no?
-¿No se da cuenta? está contaminada.
-Y eso ¿a quién le importa?
-A mí.
-No sea pendejo, hombre. Se puede deshidratar  y  adiós  futuro. Se le acaban los sueños y quedará como lo que es ahora, un don nadie.
-Mire bien, hay moscas por todas partes. Prefiero esperar. Afuera hay una caseta. Más tarde compraré algo embotellado. Además yo hice mi parte. Ya cumplí. No tengo por qué estar aquí.
 -Tranquilo, no se vaya a arrugar. Ahora lo necesito.
-No aguanto tanta porquería. Me repugna  y no me siento bien –replicó Alex.
-Cálmese. Hay algo que no le he dicho. Escuche: recibí el dinero por el encargo y me adelantaron el de tres más. ¿Entiende? Es mucho dinero el que hay en la bolsa.
-No joda…
Se hacía de  noche. Pidieron ayuda  a los recicladores. Acordaron un pago y comenzaron la tarea. Prendieron teas, se armaron con linternas, palas y palos. El calor  agobiaba y el sudor fastidiaba aún más. Alex se hallaba extenuado. Llevaban un poco más de cinco horas cuando cesó la búsqueda. La encontraron.
Toño pagó lo prometido y volvieron a la camioneta. No encendió. Resignados, se prometieron tomar algún transporte temprano. Salieron del basuro y se encaminaron a la caseta. Pidieron café. Mientras lo servían  Alex volvió a vomitar. Usó un recipiente para lavarse y se sentó. Cerró los ojos –no quería ver más moscas- y se quedó   dormido.
-¡Despierte!¡Vamos!¡Apure!¡Cogé la maldita bolsa!¡Muévase que el bus se nos va – gritó Toño -. ¡Hey, hey, hey! - gritó de nuevo, abrió los brazos y corrió tras el bus-.
El conductor los vio y detuvo la marcha.
-Gracias, gracias –dijeron al subir y buscaron asientos-.
-Parece que lloverá todo el día – dijo Toño-
-Sí, no importa. Ya nada me importa –afirmó Alex-.
 Se sentía irritado, olía mal y se veía sucio. La sensación de náuseas lo acosaba. Sudaba de nuevo. Estaba pálido. Sentía que le faltaba aire. Las nubes grises, los fuertes vientos  y los truenos a la distancia presagiaban tormenta.
-A descansar, lo necesita. Está ojeroso y se ve enfermo. Unas cervezas y listo –fue lo que dijo, acomodándose mejor en el asiento-.
-¿Sabe Toño? Ahora creo más en lo que me estuvo explicando: uno no se muere la víspera. Se muere el día que le toca.
-¿Se dio cuenta?
-Si, me di cuenta. Ya lo tengo claro. Lo que me deja perplejo es lo fácil que se cumple el tiempo cuando uno es quien escoge. Por ejemplo: hoy le llegó el suyo.
Desenfundó el revólver y le disparó a la cabeza. El conductor paró. Alex se levantó, miró de frente, caminó llevando en una mano la bolsa verde y en la otra el arma. Bajó del bus y ordenó: ¡arranque!

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